1. Por herencia


    Fecha: 02/08/2018, Categorías: Primera Vez Autor: Mamaceando, Fuente: CuentoRelatos

    Cuando la vi entrar por primera vez a la oficina, quede impresionado. Alta, delgada, blanca casi pálida, ojos grandes y negros, labios rojos y vestida totalmente de negro. Estrella, su nombre es perfecto. Ella brillaba, todos quedamos boquiabiertos. Se instaló como secretaria del jefe. Maldito viejo verde. Y durante las primeras semanas, todos en la oficina intentaron acercarse. Miguel, que se siente un don Juan incluso le llevaba chocolates y flores. A todos los rechazo de manera monumental.
    
    Por lo tanto. Yo, el más tímido de la oficina, ni siquiera pensé en acercarme a ella. Fueron las circunstancias y el trabajo, lo que nos hizo estar cerca. Y aunque pasábamos más tiempo en silencio. Notaba como miraba mis manos, que sudaban sin parar cuando estaba cerca de ella. Algunas veces quedamos en alguna cafetería, incluso la invite a mi casa. Solo por trabajo, claro. No porque no quisiera, si no porque yo no me atrevía a ir más allá. Pero, me parecía extraño que nunca sonreía, y jamás la escuche hablar de su familia. Cuando la llevaba a su casa, me pedía que la dejara una calle antes. Y solo veía que entraba en una casa con un gran portón de madera.
    
    —Oye, ¿te puedo preguntar algo? —Le dije una tarde en medio de una junta de trabajo. —Crees que pueda esperar Fausto. ¿O es algo urgente?
    
    Podía esperar por supuesto, y cuando salíamos de la oficina me abordó. —¿qué es eso tan urgente que me tienes que preguntar? —No es urgente, es solo curiosidad. ¿Porque siempre vistes de ...
    ... negro? ¿Y porque no puedes llegar hasta tu casa? Siempre te dejo una calle antes. —Esas son dos preguntas. Y solo puedo responder una. Así que decide. Me dijo, de manera irónica. —La primera, creo. —Muy simple, soy viuda hace dos meses. —¿Viuda? Pero… tendrás apenas unos… —veinticinco años. Me interrumpió. —Creo que no hay una edad para que se te muera el esposo. —no, claro… perdón. —No te disculpes, estuve casada cuatro años y pasé tres cuidando a mi marido. Cuando murió no supe si sufrí o por fin descanse. Y pase tanto tiempo esperando, que mi guardarropa se lleno de luto.
    
    —¿Y porque no puedo...? —Solo una vaquero. Pero, si te molesta puedo regresar en autobús. —No no, para nada. —Bueno, además hoy vienen por mí. Nos vemos mañana. Se despidió con un beso en la mejilla y cruzó la calle para subir a un auto de lujo.
    
    A la mañana siguiente, el mismo automóvil la dejo frente a las oficinas. Upara mi sorpresa, del mismo auto bajo Don Agustín. Mi jefe, nuestro jefe. Ahora tenía más preguntas. En la comida como de costumbre, tomaba la mesa del fondo, además de no ser popular en la oficina. Como puntos en contra tenía que, la pinche secretaria mamona del jefe, se volvió mi amiga. Quien por cierto, con su charola repleta de vegetales se acercaba a mi. Su cabello caía sobre sus hombros de manera perfecta, y no sé el que la viera tan perfecta me hacía mirar sus ojos negros y olvidarme de ese par de tetas, que igual al cabello. Se balanceaban de lo lindo. A medida que avanzaba por el ...
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