1. Susana y Papá Noel


    Fecha: 26/11/2022, Categorías: Sexo con Maduras Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    ... rieron, excitados. Yo miré al falso Santo, sin turbarme.
    
    -“¿Has sido buena este año?” –me preguntó el gordo Papá Noel, disfrutando de la suavidad y la frescura de mi piel.
    
    -“Yo creo que he sido buena” –contesté.
    
    Al comprobar que yo no iba de farol, Santa sintió crecer el deseo dentro de él. Miguel Ángel Monteagudo sabía perfectamente que jamás, en el resto de sus días, volvería a presentársele una oportunidad como aquella. Santa Claus acarició mis piernas, con fruición. Los mocosos de la cola nos miraron, asombrados, con las bocas abiertas de par en par.
    
    -“Creo que sería mejor si fuéramos a un probador para estar más solos...” -sugirió Santa Claus.
    
    -“¡Vale!” –acepté, sin reparos.
    
    La madre de uno de los niños que miraban boquiabiertos llegó en aquel momento, justo cuando yo me levantaba. San Nicolás abandonó el trineo y se excusó con los pequeños y la madre informándoles de que ya era su hora de almorzar. Como los mocosos le pusieron mala cara, Santa Claus entonó su proverbial “¡Jo-jo-jo-jo!”, les deseó una feliz navidad y les obsequió con sus regalos prefabricados. Los pequeños, y su madre, se fueron sin protestar.
    
    Caminé junto a Papá Noel hasta la sección de ropa deportiva, que estaba poco activa en aquel instante.
    
    -“¡Entra al probador del rincón y espérame allí!” –me ordenó Santa.
    
    Sonreí y cumplí la orden recibida. Mientras tanto, Santa Claus intentó disimular que tenía prisa. La encargada de la sección de ropa infantil deportiva, que lo había ...
    ... visto venir, se acercó a él para entablar conversación. Evitarla hubiera sido una descortesía, de manera que Miguel Ángel Monteagudo saludó a la señorita y comenzó a hablar con ella sobre el buen tiempo que hacía. Afortunadamente -para Santa Claus-, una mocosa y su madre, que querían comprar un kimono de judo, interrumpieron el coloquio.
    
    Santa Claus aprovechó ese instante para despedirse, y echó a correr, literalmente, hasta los probadores, que son cuatro y están alineados en una misma pared. Todos los probadores tenían sus portezuelas abiertas de par en par, menos el último -que era el del rincón-, cuya puerta estaba cerrada. Santa Claus abrió la puerta y me halló, sentada en un taburete de cuero negro, de espaldas a un espejo de pared y jugueteando con una de mis trenzas. Un par de perchas pendía de una de las paredes laterales del probador: un habitáculo de poco más de un metro cuadrado en el que apenas se podía maniobrar.
    
    El barrigudo Papá Noel entró con dificultad al probador y cerró la puerta, echando el pestillo tras él. Yo separé las piernas para hacerle más sitio.
    
    -“¿Estás segura de que quieres hacer esto?” –me preguntó Papá Noel, con una voz tan grave como temblorosa.
    
    -“¡Quiero polla!” –supliqué, desabrochando los botones del pantalón rojo de Santa Claus con la misma ilusión con que un chiquillo desenvuelve su más preciado regalo navideño.
    
    A duras penas reprimió Papá Noel un “¡Jo-jo-jo-jo!” entusiasmado y triunfal. Sin duda, estaba de suerte. Abrí el ...
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