1. Trabuco


    Fecha: 17/01/2022, Categorías: Anal Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    ... con que volvían a su posición, les propinaba azotes que apenas hacían temblar la carne. ¡Qué diferencia con las rollizas formas de las mancebas de la taberna!
    
    La fusta de cuero endurecido con la que animaba el trote de sus monturas emergió por arte de magia de la caña de la bota y rozó la piel pálida, perdiéndose por el huevo del coño y subiendo espalda arriba en una caricia continua hasta lamer con su lengüeta la elegante nuca. El largo instrumento se cruzó ante la cara de la joven.
    
    —Morded, niña. Lo vais a necesitar.
    
    Separando las nalgas a dos manos, escupió en el ano, metió un dedo que hizo que la joven se estremeciera y empezó a hurgar en su interior mientras ella se agitaba. Le dió un azote, fuerte. Luego otro.
    
    — ¡Quieta, niña! Os tengo que ensanchar. ¿Es que queréis que os deje coja?
    
    Volvió a escupir. Otro dedo. Más saliva, embuchada a presión en las cálidas y cada vez más húmedas entrañas. Dos dedos entrelazados y brillantes acuchillando aquella pequeña oquedad que los engullía por completo. La dama gimió, le fallaron las piernas, pero estaba bien apuntalada por los dedos de Trabuco, que la sostuvieron y la alzaron de un tirón para volver a colocarla en posición.
    
    El trabuco de Trabuco emergió de sus pantalones ya amartillado, dispuesto al combate. Lo dejó caer sobre la blanca rabadilla. La chica, al sentir el peso sobre su espalda, volvió la cabeza y sus ojos se agrandaron. Intentó huir, pero la aplastó contra el suelo del carro. Apuntó a la diana, ...
    ... separando con su hombría la tierna carne… y disparó.
    
    Encontró la resistencia esperada, la resistencia deseada. Empujó con ímpetu. La moza se resistía, pese a estar ya ensanchada, recordándole a Trabuco por qué le gustaban tanto las chicas decentes.
    
    Se retiró. Ella se relajó, porque no sabía que los machos valientes no huyen: retroceden para coger impulso. Afianzando las caderas, apuntó el cañón y volvió al ataque.
    
    El retumbo de su arma al abrir brecha en la carne virgen llegó acompañado por los gritos de la ensartada. La estaca vibraba a medio clavar. La dama aullaba, revolviéndose, apresada sobre el suelo de la carroza por el peso de su jinete. Él, como caballero que era, esperó a que terminara de desahogarse antes de volver a ponerle la fusta en la boca.
    
    —Shhh… —susurró en su oído—. Discreción, mademuaselle. No querréis que os vea nadie, ¿verdad? La honra y todo eso.
    
    Ella mordió. Mordió con ganas el cuero ahogando sus quejidos.
    
    Trabuco siguió empujando.
    
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    La brisa de la madrugada se colaba por el balcón oreando los sudores mezclados del semental que monta su yegua. Trabuco agradeció el frescor, resollando como estaba ante la exigencia del brio con el que cabalgaba su bien entrenada montura.
    
    Trotaba a pelo, con la camisa desabrochada y los calzones bajados, para que la dama pudiera sentir sobre su lomo y sus ancas el roce de la piel de un auténtico macho. Se dejó, sin embargo, las botas puestas, pues eran de buen cuero, de montar, con espuelas de ...