1. Trabuco


    Fecha: 17/01/2022, Categorías: Anal Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    ... bastante alto como para que el bandolero alcanzara con el impulso la verja del balcón de su damisela.
    
    Se terminó de alzar, a pulso, agarrado con firmeza a los barrotes de hierro tan bien labrados que sin dura eran obra calé, sus botas buscando apoyo entre macetas y macetas de geranios que borlaban el balcón. Se interno en la habitación saltando la baranda con agilidad.
    
    —Entre a matar, maestro —gritaba Morillo entre susurros desde abajo—. Clávela en tó lo alto, que el agujero ya está hecho.
    
    “Hecho, sí, pero apretado. Aún.”, pensó Trabuco mientras abría la puerta despacio, sin ruido. Sabía que el cerrojo no estaba cerrado. La última vez esa noche que se mostró tan cuidadoso a la hora de entrar.
    
    La titilante luz de un par de candiles volvía la habitación luminosa en contraste con la oscuridad de fuera. Luminosa y cálida. La dama le esperaba de espaldas, sentada sobre la cama, dándose aire con suavidad con un abanico rematado con encajes. Era la suya una espalda esbelta, elegante, que descendía con suavidad hasta un talle estrecho que se ensanchaba con contundencia en unas caderas que apenas se hundían en el colchón de plumas de ganso. El abanico se detuvo y ella se volvió hacia el leve susurro de los pasos del bandolero sobre el suelo de mosaico de azulejo sevillano: suelo de ricos. Se volvió y le miró con una de esas miradas indignadas que con tanta facilidad saben emplear las damas obligadas a fingir decencia.
    
    Levantándose despacio, rodeó el dosel, se plantó ...
    ... frente al bandolero, cerró el abanico con brusquedad, le midió de arriba abajo con los ojos entrecerrados y, con un suspiró de resignación, se dio la vuelta y se subió de rodillas encima del colchón. Trabuco la agarró por el hombro, desde atrás, acariciando con el pulgar la delicada piel de la nuca. La notó tensa y le extrañó, pues la moza ya acumulaba experiencia en estas lides. Pero él nunca presumía de saber lo que pasaba por el seso de las yeguas, sino de saber montarlas, así que siseó con suavidad, como hacía para tranquilizar a sus caballos, pues una de sus muchas ocupaciones era robarlos y nunca venía mal cierta habilidad para calmar monturas poco acostumbradas a que las monten extraños.
    
    Siseó y acarició aquella nuca erizada hasta que la piel de gallina adquirió la suavidad del terciopelo. Solo entonces empujó para animarla a inclinar la testa sobre el camastro. Ella se empompó con elegancia, arqueando la espalda, porque incluso a la hora de ponerse a cuatro patas, una señorita con clase demuestra que la tiene.
    
    Trabuco no se lanzó enseguida sobre la moza. Bien al contrario, esperó el momento, la mano deslizándose sobre la seda, desde el cuello hasta la cintura, desde la cintura hasta el cuello, sin prisa, sin forzar la situación. Nunca fue amigo de hacer el trabajo de otros y ciertas partes del proceso correspondían a la dama. Así que estuvieron un buen rato parados, él a la grupa de ella, hasta que ella cedió con otro suspiro resignado y levantó a dos manos los ...
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