1. Trabuco


    Fecha: 17/01/2022, Categorías: Anal Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    Cierto es que el Tempranillo o Pernales, Jaime el Barbudo o Curro Jiménez lograron que su nombre resonara durante más tiempo en la imaginación de las gentes, pero ello fue tan sólo porque contaron su historia mediante el gruñido de la pólvora que estalla y del enemigo que agoniza; mediante cuentos susurrantes y temblorosos narrados de padres a hijos; mediante el miedo, que engancha el alma del pueblo y no la suelta con el paso de las generaciones. Otros sentimientos se desprenden con más facilidad. Y son más jugosos.
    
    Quizá por ello es menos conocida otra leyenda, nacida entre saltos acalorados desde los labios húmedos de una doncella a los oídos ansiosos de otra: la leyenda de Trabuco, el ser mitad hombre, mitad gitano, todo macho, que habitaba las mil cuevas que vigilan desde las alturas el sinuoso paso del este de Despeñaperros.
    
    Dice la leyenda que Trabuco era el único hijo de una viuda joven que rezó pidiendo a Dios quedar preñada y que Dios le respondió; por eso también dice que el bandolero era hombre, pero no hijo de hombre. Otros opinan que Dios respondió, sí, pero por mediación del cura, y que el bandolero era hombre, pero hijo de puta. De una forma u otra, fue un bastardo ya desde la cuna, en todos los sentidos de la palabra.
    
    Durante la Guerra se arrimó a los regulares y apioló franceses de Bonaparte e italianos del cuñadísimo Murat, pues nunca distinguió demasiado bien unos de otros. También algún inglés, de tapadillo, que aunque en teoría eran aliados, los ...
    ... hijos de la pérfida Albión siempre fueron, del primero al último, unos hijos de la Gran Bretaña. Agujereó soldados a fusil y bayoneta y se cobró su botín en la masa de hembras que acompañan a todo ejército en campaña. Porque las putas que más se disfrutan son las que se toman gratis, y ese es el privilegio de los vencedores: el honor y la gloria, la patria y la virtud de reyes débiles mentales no son nada al lado de un botín de oro y carne de hembra.
    
    Fueron esas francesitas e italianas profesionales del amor las que le pusieron el apodo de Trabuco. Con el arma que portaba entre sus piernas acalló protestas de labios femeninos tapando bocas y esparció su hombría allende las fronteras patrias abriendo coños hasta dejarlos como las cuevas en las que años después empezaría a ocultarse de los mismos soldados del tercer ejército con los que en su día compartiera botín y putas.
    
    Nada dice la leyenda de con cuántos bastardos bendijo el bastardo al mundo. Sí menciona, en cambio, como ejemplo de caballerosidad, aquella ocasión en la que el bandolero tuvo a bien sacrificarse por la virtud de una dulce y virginal doncella.
    
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    — ¡Empuja, hombre! ¡Empuja, redios! —gritaba Trabuco. El Morillo resollaba, los oscuros mofletes rojos por el esfuerzo— ¿Cómo puede semejante gordinflón tener tan poco ímpetu, compadre?
    
    Al Morillo había que espolearlo un poco, picarlo cual toro. Buen zagal, pese a todo: con sus manos enlazadas como estribo lanzó de un tirón a Trabuco hacia el cielo, lo ...
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