1. Trabuco


    Fecha: 17/01/2022, Categorías: Anal Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    ... acero y adornos de plata, y una monta como aquella era ocasión para lucirlas. Sacó de la caña la fusta que aun conservaba las marcas de los dientes y la empleó con brío en cuanto el trote empezó a perder vigor, para marcarle el ritmo. Dentro, fuera, dentro, fuera, la fusta restallando sobre una nalga y después sobre la otra, brincando con velocidad ahora que aquel agujerito bien adiestrado había tenido tiempo de adaptarse a su calibre.
    
    Soltando la fusta, se afianzó sobre el talle y pasó al galope para el asalto final. Duro, seco, sin florituras, resonaba el tamborileo ahogado de su pelvis contra la piel tersa de la grupa en pompa.
    
    Soltó una mano para agarrar la melena de la dama y tiró hacia sí, para que ella alzara la vista del jergón al menos en los momentos finales, pues le habían enseñado en el ejército lo suicida que es una carga de caballería cuando la montura no ve el camino. Ella miraba al vacío, noble, desafiante. En sus primeras visitas no pudo evitar las lágrimas, pero ahora, con una experiencia, por así decirlo, más dilatada, el orgullo se imponía.
    
    Con una última arremetida soberbia, Trabuco se clavó hondo y empezó a soltar a plomo su célebre y generosa descarga mientras mordía el esbelto cuello. ¿Por qué? Pues porque todas sus yeguas llevaban su marca. Y el bandolero, conocedor de las modas y tendencias femeninas, quería darle a la dama una oportunidad para usar sus caros polvos de maquillaje sin que hacerlo resultara una frivolidad.
    
    Retrocedió, ...
    ... descorchándola, goteando. Contempló su obra. Desde la carnosidad de unas nalgosas pestañas, un ojo negro y abierto le devolvió la mirada. Por su comisura asomaba una lágrima blanca. Los cachetes sonrosados intentaban cerrarlo, pero no lo lograban del todo. Aún había de pasar un buen rato antes de que aquella cueva de Alí Baba recuperase su cerrazón natural.
    
    Se besó los dedos y trasladó el ósculo a la nalga de un cachetazo.
    
    —Hasta el mes que viene, mademuaselle.
    
    Ella siguió con la vista fija en la colcha. No quería moverse, enfrentar al bandolero, pues sabía por experiencia que, con todo aquel líquido aún fresco y caliente alojado en su interior, se arriesgaba a mancharlo todo. Y una gran mancha blancuzca en el vestido y la cama de una doncella es algo difícil de explicar, y menos en las ingentes cantidades que descargaba aquel rufián. En un rato, cuando su cuerpo volviera a cerrarse, se desharía de la simiente masculina de un modo más discreto. Había adquirido cierta destreza en el arte de no dejarlo todo perdido, pero no estaba dispuesta a que él contemplase las humillantes maniobras que debía hacer, así que esperaría en pompa hasta que se fuera.
    
    Quedaba tan poco… En unos meses sería una mujer casada: un nuevo hogar, un gran caserío lejos de allí, lejos de la sombra alargada de aquella sierra que el bandolero consideraba suya.
    
    — ¿Por qué me hace esto? —sollozó.
    
    —Porque queréis, mademuaselle. Hay dos docenas de sirvientes. Podríais pedir auxilio. Podrían ...
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