1. Trabuco


    Fecha: 17/01/2022, Categorías: Anal Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    ... furia, suplicando con desesperación. Trabuco se permitió disfrutar del contacto antes de aferrarla por las muñecas y sujetárselas a la espalda. La tenía pegada y aspiraba su aroma a esencia de rosas y hembra nueva. La mantuvo atrapada entre sus brazos hasta que la niña se calmo y empezó a llorar. Solo entonces la soltó y siguió camino.
    
    Ella se fue al suelo, derrotada, y ahí apareció la magia, pues hay una fuerte mágia en una hembra arrodillada y llorando.
    
    —Pídame lo que quiera —susurró entre sollozos—. Lo que quiera.
    
    Él se volvió para mirarla: las rodillas de medias blancas clavadas en el barro, los ojos brillantes, los labios temblando por el llanto contenido, el cuello esbelto palpitando, la melena bien peinada suelta por el forcejeo, el escote revelando aún más por lo bajo de la posición, por la suplicante y comprometedora inclinación de la moza. El trabuco de Trabuco se llenó de pólvora en cuanto su vista resbaló por aquel tajo profundo.
    
    — ¿Lo que quiera? —preguntó.
    
    Ella miró los ojos predadores, tragó saliva y asintió como asiente una hembra cuando el deseo y el miedo se unen en una encrucijada en la que no sabe qué camino debe tomar para llegar a ese destino al que, en el fondo no quiere ir. Asintió, sabiendo que podía conseguir lo que quería o podía no conseguirlo, pero tanto en un caso como en el otro iba a acabar bien jodida. Es liberador el hecho de que, cuando todas las decisiones son malas, no haya ninguna incorrecta.
    
    —Subíos el vestido, ...
    ... mademuaselle. Abríos de piernas y recibid todo lo que Trabuco tiene que ofrecer a una dama. Dadme el coño. Y yo os daré esta baratija.
    
    Volvió a mirarla a través del aro dorado. La dama parecía horrorizada pero, por suerte, ese detalle no importaba demasiado. Empezó a girar el anillo entre sus dedos, acariciando la superficie del metal, metiendo apenas el rugoso índice por entre su fina circunferencia. Ella negaba con la cabeza.
    
    —No. ¡No!… por favor… ¡por favor!… soy virgen –suplicó.
    
    Pero Trabuco no era religioso y sólo habría sido un problema de haberse tratado de San José. Porque a él, macho valiente, nunca le importó demasiado ser el primero de la banda en internarse en la espesura para ir abriendo camino a machetazos por entre el follaje. Nunca fue un vago en ese sentido. El verdadero problema sería para la joven, que después de probar un auténtico macho poco iba a poder sentir con un señorito de calzones de seda ceñidos y nariz empolvada.
    
    —Mejor —dijo al fin—: más apretada. No me gustan dadas de sí. Soy como el conejito en el campo de labranza: prefiero por madriguera los agujeros extrechos.
    
    La dama negaba, y negaba, y negaba, insistente.
    
    —Virgen… debo… debo llegar virgen… al matrimonio —levantó la cabeza, enfadada—: mi flor no es para cerdos como vos.
    
    — ¡Tampoco voy a pararme a olerla! Pero en fin… muchas antes hablaron igual y acabaron disfrutando con el arma de Trabuco. Y todo ello, todo, todo, sin perder la honra. ¿Sabéis cómo, mademuaselle? ¿No? ¿Queréis ...
«12...678...11»