1. Trabuco


    Fecha: 17/01/2022, Categorías: Anal Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    ... putero que sabe cuánto vale una montura con una rápida mirada a dientes, crines, lomo y grupa. Su sonrisa se ensanchó, recreándose en el vaivén de la respiración acelerada de aquel pecho embutido en corset francés de mostacho de ballena. La moza lucía bien las ubres con un escote más generoso de lo que aconsajaban la decendia y los curas en una España tirando a mojigata frente a sus vecinos europeos. Aquella agradable visión debía ser un regalo, quizás una trampa, para algún potencial prometido, pues aunque la nobleza se case por conveniencia, unas buenas tetas siempre ayudan a cerrar el trato. El anillo de pedida en el delicado dedo daba cuenta del negocio, probable herencia de la familia del novio, una joya que habría pasado de suegra a nuera, remontándose en el árbol genealógico hasta llegar a algún noble ladrón que la robó de su anterior dueño, pues es bien sabido que, cuando se profundiza lo suficiente, en la raíz de cada árbol ilustre se esconde un rufian fuerte o valiente, y sin escrúpulos: un Trabuco.
    
    En aquel momento, la joven dama de escote jugoso no recordaba el anillo, ni al prometido, ni la futura herencia, ni siquiera al difuso cochero que ya ni se vislumbraba en el horizonte. Su mundo se había reducido a la profunda oscuridad del cañón ante su frente.
    
    Trabuco se recreó en el aroma del miedo antes de bajar el arma con parsimonia y ofrecer la mano a la señorita. Sonreía como un dandy habituado a las noches de la capital. Ella aceptó la mano que le tendía, ...
    ... por reflejo o por costumbre: una chica bien educada que posó los temblorosos dedos enguantados en los del caballero y bajó del carro con pasos inseguros. Ya sobre el suelo de tierra se separó del hombre y retrocedió, intentando tapar la generosa porción descubierta de su avanzadilla. Los ojos enormes repararon en las manos del bandolero, cuyos dedos jugueteaban con una pieza dorada y brillante. La chica se frotó las suyas, las miró. Sus ojos reflejaron el auténtico terror.
    
    — ¡Devuélvalo! —chilló en falsete—. ¡Es mío!
    
    Trabuco la miró a través del aro de oro.
    
    —Ya no, mademuaselle. Ya no. Es el peaje. Yo, y no otro, soy el señor de estas tierras y a mí corresponde recibir los impuestos.
    
    >>Es una buena recaudación, lo admito. Inesperada. Las pequeñas satisfacciones de la vida noble, ya sabe: salir a dar un paseo a caballo por tus dominios y encontrar sin pretenderlo esta pequeña joya, este arito diminuto de tacto tan agradable.
    
    >>Pero no os enfadéis, mademuaselle. Pese a todo, la suerte os sonríe, pues este ha sido un encuentro fortuito, que de haber sido planeado, de haber venido con mis hombres, ahora mismo estaríais aprendiendo lo que significa complacer a media docena de machos. Yo, en mi humildad, me conformo tan sólo con este pequeño recuerdo.
    
    >>Así pues, considerad vuestra deuda saldada y quedad con Dios.
    
    Así habló Trabuco y, con una elegante floritura, dio media vuelta dejando sola a la joven. Ella se lanzó sobre su espalda, agarrándolo, atacando con ...
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