1. Trabuco


    Fecha: 17/01/2022, Categorías: Anal Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    ... hasta que la damisela dejó de temblar entre sus brazos y levantó el rostro de la colcha. Entonces Trabuco retrocedió, dejando un vacío necesario tan sólo para volver a llenarlo. Lanzó un azote en la nalga expuesta y volvió a arremeter.
    
    Así dio comienzo a otra memorable cabalgata nocturna.
    
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    El agujero es oscuro y amplio, un círculo perfecto, trabajado por un herrero calé con dos manos diestras. En lo profundo de sus entrañas se esconde la oquedad mortal donde nace el fuego. Está cargado. Solo hace falta una chispa.
    
    La dama lo mira: ojos jóvenes y enormes que no parpadean, pero tiemblan, asustados. Trabuco sonríe desde el otro extremo del cañón, el belludo brazo estirado pero relajado, equilibrando sin esfuerzo la enorme pistola de chispa ante la frente de la muchacha.
    
    El cochero que conducía el carruaje de la dama huyó monte abajo, rata cobarde, saltando del carro en marcha en cuanto se hizo evidente que entre el peso del vehículo, el equipaje, la pasajera y él mismo, jamás en una vida que en ese instante se le debió de antojar muy corta iban sus caballos a poder escapar del trotecillo alegre del semental de Trabuco. Aun se le podía ver, pequeño y mísero, difuminándose entre la lejanía y las ramas del olivar. El día de suerte del pobre diablo, pues Trabuco había salido de paseo y no a matar, solo y sin ganas de lavarse la sangre, que de haber ido con la tropa ya estaría el cerdo ensartado en el espetón.
    
    También era el día de suerte de Trabuco, pues botín ...
    ... sin compañeros es más fácil de repartir, sobre todo para quien no tiene más que conocimientos elementales de la llamada aritmética. Todo el mundo sabe dividir por uno, sobre todo cuando el uno es uno mismo. Y aquel botín era plato para un sólo comensal.
    
    No le cabía duda de que la bella dama transportada en el carruaje nunca había sido catada. Parecía confusa, mareada por aquel último tramo tortuoso que la había dado el cochero antes de dimitir por piernas, sin saber a que eran debidas las prisas. Cuando abrió la portezuela, le miró como extrañada, preguntándose si aquel era su cochero o le fallaba la memoria, pues es sabido que la gente de alcurnia tiene la mente ocupada en recordar sus títulos, sus posesiones y, a veces, su propio nombre, y no le queda seso para algo tan trivial como los rostros de la servidumbre.
    
    Trabuco sonrió ante la apasionante perspectiva que le abrían aquellos ojos brillantes. Ella al principio le devolvió la sonrisa, por reflejo, pues al fin y al cabo un macho es un macho, una hembra una hembra, y Trabuco era alto, sólido y bien formado y sería apuesto de saber lo que es el jabón y un buen barbero, que afeitándose con la vieja bayoneta no se logra lo que se llama un apurado uniforme. Así fue que la moza pasó del mareo a la confusión, de la confusión a la sonrisa, de la sonrisa de nuevo a la confusión y de esta al miedo cuando la pistola se planto con desgana ante su coqueta nariz empolvada.
    
    Trabuco la tasó con el ojo experto del cuatrero y ...
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