1. Putona por un día


    Fecha: 14/06/2018, Categorías: Primera Vez Autor: ámbar coneja, Fuente: CuentoRelatos

    Me llamo Gladis, tengo 55 años, y lo que viví gracias a los valores de un mocoso desfachatado no tiene precio para el vacío sexual que por aquel entonces me acompañaba. Desde que mi marido y yo nos separamos me mudé a un barrio humilde, peligroso y triste, en el que vivo hace 3 años. Dejé de trabajar en el centro de estética de la capital, y como ya estaba jubilada por el estado, me las rebuscaba ofreciendo mis servicios de pedicura y masajes a las señoras del barrio. Tenía una buena clientela, y no me costó hacerme un lugarcito en los afectos de mis vecinas. Además, quedaban encantadas con mis manos, y satisfechas porque no las mataba con el dinero.
    
    Andrea fue una de las primeras fieles a la labor de mis manos. Con 29 años ya tenía 5 hijos, de los cuales 2 de ellos compartían el mismo padre. La pobre me contaba a veces con lujo de detalles todo lo que le hacía su actual marido si gastaba un peso más de lo convenido, si no le hacía un pete ni bien llegaba del laburo, si se enteraba que salía provocativa a la calle, o si no le gustaba lo que hubiese cocinado. Era violento, y más si se tomaba algunas líneas con sus amigos.
    
    En realidad, todas me confiaban sus miserias, sus mejores polvos, sus infidelidades, sus impaciencias o dificultades para criar a sus hijos. Pero Andrea era la más desdichada, aunque estaba terriblemente buena. Cuando la vi en ropa interior, lista para acostarse en su cama y disfrutar de mis masajes, no podía creer que tuviese unas tetas tan ...
    ... comestibles para mis ojos, y una cola tan firme, tersa y suave, como la de una bebé. Nunca me había atraído una mujer, pero en ese momento, creo que le habría sacado la calentura con mi lengua si me lo pedía.
    
    La mayor preocupación de Andrea era su hijo más grande, Enzo, que tenía traía consigo la frescura del secundario, pero la pachorra de un tipo que se carga 50 bolsas de cemento al hombro por día. Solo va al colegio, y se junta a menudo con los guachos populares del barrio a fumar mariguana.
    
    El peor temor de Andrea era que fuese un chorrito como el resto de la bandita. Pero nunca tuvo pruebas de ello. Yo vi crecer a Enzo. Conocía de sus pesadillas, su terquedad para las matemáticas, sus aptitudes deportivas y hasta de las trasnochadas que se pegaba viendo porno. Una vez Andrea dijo que no sabía ya cómo pedirle que no ensucie tanto sus sábanas. Varias veces le vi el bulto renaciendo, y aunque los granos que le decoraban el rostro me daban un poco de impresión, en oportunidades me sentí tentada por bajarle el pantalón y chuparle la pija, delante de su madre y todo.
    
    No me voy a olvidar nunca la vez que le estaba pintando las uñas de los pies a la loca, y su hijo miraba un partido en la tele. Cada vez que lo veía se acomodaba el ganso por adentro del pantalón, se lo apretaba y, hasta bajaba y subía con su mano por su extensión sin disimulo. Andrea ya estaba curada de espanto, por lo que ni lo retaba. Esa tarde la tenía a punto de reventar.
    
    Si por alguna casualidad nos ...
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