1. Ya soy el puto del equipo (XVII)


    Fecha: 15/01/2020, Categorías: Hetero Autor: janpaul, Fuente: CuentoRelatos

    ... Sebastián le gustó nuestra compañía y se divertía con Frasquito que, además, aún llevaba sus uñas pintadas en manos y pies.
    
    Eché una mirada en torno a toda la zona de la piscina y no descubría a Abelardo. Me quedé curioso y extrañado porque Abelardo no desaparecía sin más de mi presencia sin decirme qué quería o qué iba a hacer. Esperé como unos veinte minutos por si había ido al baño, ya que siempre iba un poco estreñido, pero no aparecía. Me levanté y fui a buscarlo, a la cocina, a la sala, di media vuelta a la casa y luego la otra mitad, para no salir a la calle y no lo vi. Se me ocurrió que no había ido a nuestra habitación. En efecto, me lo encontré, tumbado en la cama, boca a bajo, no a lo largo de la cama sino como quien se tira a lo ancho y se queda con los pies fuera de la cama. No era la postura del que dormita y por los suaves gemidos pensé que estaba llorando o había llorado.
    
    Estaba apoyado sobre los codos, la cabeza hundida, la almohada algo apartada de la cabeza como si la hubiera usado para silenciarse. Le vi de espaldas, tan hermoso, delgado como siempre, con los omoplatos marcándose de la postura en que estaba, su culo brillaba con propio esplendor, estaba al borde de la cama con los genitales sobre la sábana, una sombra en su trasero que le remarcaba más la belleza de sus nalgas. La pierna izquierda toda extendida tocando el suelo con las puntas de los pies, la pierda derecha un poco doblada y apoyando el pie sobre el tabula de su pierna izquierda y ...
    ... el pie medio doblado. Enseguida pensé «¿Qué le duele a mi hermoso chico?». Pues si ya estaba enamorado de él, esta estampa que veía acabaron de rematar mi amor por Abelardo.
    
    Lo miré un rato largo. Tenía que haber oído que alguien entraba y allí no podía ser otro sino yo. No se movió, solo gemía como a quien le duele algo muy profundamente. Qué muchacho más delicado, qué suerte tenía yo con él. Me acerqué a la cama. Le puse mi mano izquierda en la parte inferior de sus nalgas. Ni se inmutó. Me apoyé con mi codo derecho la cama junto a él y subí mi mano acariciando sus nalgas. luego con el dedo pulgar y el puño cerrado fui paseando mi mano por su espalda, el pulgar tocando la hendidura que formaba su espina dorsal. Al llegar a su cuello abrí el puño y con el dedo del corazón hice lentamente un zigzag por toda la espalda y subí mi mano abierta arrastrando la palma de la mano por su espalda hasta llegar al cuello. Ni se inmutaba, seguía gimiendo. Ahora más próximo a él sentía los gimoteos del llanto que en algún momento debió ser muy fuerte.
    
    Aprobé mi cuerpo al suyo y nos tocábamos desde los hombros hasta el muslo. Movió su cabeza y vi sus ojos llorosos y como hinchados.
    
    — ¿Qué te pasa, Abelardo, cariño mío, qué te pasa?
    
    — Nada.
    
    Lo cogí de la barbilla, acerqué mi cara montando mi pecho sobre su hombro y le di un beso:
    
    — Sí te pasa algo y me lo vas a decir, mi cariño, mi amor, dímelo que muero de angustia de no saberlo.
    
    — Tú ya no me quieres.
    
    — ¿Quéeeee…? ...
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