1. La máscara italiana


    Fecha: 22/09/2019, Categorías: Incesto Autor: FMalvino, Fuente: CuentoRelatos

    ... fluorescente verde por dos cincuentonas arrodilladas como perras, muy cerca de las tres amigas que se les hacía agua la boca.
    
    Sin embargo, Teresa no dejaba de mirar al hombre-murciélago; este le movía la pelvis ofreciéndole aquel bate de carne en forma descarada y obscena.
    
    Al muchacho, le atraía esa mujer rubia platinada que parecía comérselo con la mirada. Sus senos grandes de pezones oscuros se veían muy apetitosos. Entre tanto, Carmen le introducía su juguete en la vagina de Sara y a su vez, esta le acaricia los pechos a su amiga. La fiesta había empezado.
    
    Gustavo no dejaba de refregarse con cuánta mujer se le acercaba, sin quitarle los ojos de encima a Teresa.
    
    La de mascara italiana, arengada por sus amigas y el alcohol, se levantó hipnotizada por ese superhéroe y se paró delante de él, como una niña frente a la vidriera donde esta ese juguete que tanto desea, preguntándose, si podría ser suyo alguna vez.
    
    Batman, quedó prendado de la mujer que tenía adelante, esa cincuentona se mantenía muy bien, algo entradita en carnes, pero le sentaba bien.
    
    Sintió la necesidad de tocarla y poseerla. Toda ella le pareció muy sexy. Se acercó y le dio un chupón de lengua al tiempo que sus manos se aferraban a sus tetas generosas.
    
    En otro momento, Teresa, lo hubiera abofeteado, pero por primera vez en años alguien la deseaba y se dejó tocar mansa. No era el alcohol o la música alta que la habían aturdido, sino la mirada libidinosa de ese joven cuyas manos recorrían ...
    ... su cuerpo atrevidamente.
    
    Teresa experimento esa rica sensación de ser explorada, creyó desfallecer allí mismo cuando esos dedos flacos tocaron su intimidad. Sentimientos marchitos volvían a reverdecer en esa primavera de sensualidad. Su cuerpo respondió humedeciendo los dedos de aquel muchacho que no dejaba de masturbarla mientras le decía que era una diosa.
    
    Teresa encerró sus últimos escrúpulos y se comió la llave. Ya no pensaría, lo había hecho durante toda su vida, era hora de gozar, se lo merecía, se dijo apagando el interruptor de la razón. Tocó el cuerpo bien trabajado, firme, de su seductor enmascarado, como también palpó la dureza de su pene y se lo engullo en la boca hasta los huevos, guiada por sus impulsos.
    
    Gustavo vio estrellitas, aquella mujer que bien podría ser su madre, sabia como chupar una pija, pero no le importó, seguro su madre estaría en un restaurant sobre la rambla de pocitos cenando con sus aristócratas amigas hablando de moda, libros y otras cosas que hablan las gentes de su posición, imagino él, mientras gozaba como frotaba su pene entre los pechos de melón de esa mujer de mascara de colores violáceos y crema.
    
    Ni siquiera la dulce Andrea era tan hábil con la lengua como aquella rubia de ojos lascivos. Qué bueno sería que su novia estuviera allí para que aprendiera, pensaba entre suspiros.
    
    -“¡Recuestate!” le ordenó ella con voz ronca, irreconocible, fruto de la calentura que le despertaba ese apuesto joven.
    
    Gustavo acompaño con un ...