1. La rubia, el marido y el tren


    Fecha: 20/05/2019, Categorías: Sexo en Grupo Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    ... por la mitad del andén descubrimos una rubia que inmediatamente marcamos como nuestra próxima víctima. El único inconveniente era que estaba acompañada por un flaco que supusimos el marido, ya que tenía en brazos a un nene de dos o tres años. Pero la mina estaba realmente muy buena: rubia, bonita, de unos 27 ó 28 años, con un vestido blanco demasiado corto para viajar en el tren a esa hora. Sus piernas parecían talladas a mano, tenía un culo redondito y voluptuoso y un muy buen par de tetas. La mina ideal para apretarla, nos dijimos con Leo. El tema era cómo íbamos a hacer para lograr pegarnos con ella estando el tipo de por medio. Acordamos que cuando llegara el tren nos tiraríamos sobre la rubia metiéndonos entre ella y el marido para tratar de separarla un poco de él y así tener posibilidades de hacer algo bueno con esa tremenda potra. En eso estábamos cuando por los altavoces anunciaron que el tren local de Castelar se había suspendido por razones
    
    técnicas. Nos miramos y sonreímos complacidos por la novedad: eso nos daba la pauta de que el tren que llegara vendría bastante llenito y aumentaba nuestras posibilidades de éxito. Nos acercamos a la pareja para no perderles pisada, y escuchamos su conversación: él le decía que sí o sí tenían que tomar el próximo o llegaría tarde al trabajo, y ella le respondió que estaba de acuerdo, porque también llegaría tarde para llevar el nene a la guardería. Cuando minutos después vimos aproximarse el tren nos pegamos a la pareja, uno ...
    ... a cada lado. Se abrieron las puertas y bajaron muchas personas, e inmediatamente comenzó el malón para intentar subir. Leo y yo nos abalanzamos sobre la rubia y la empujamos dentro del vagón sin mirar qué pasaba con su marido. Con un tremendo esfuerzo logré darme vuelta y quedar cara a cara con la bella mujer, en tanto Leo se había pegado detrás de ella como una estampilla. Fuimos zarandeados por la masa de gente que pugnaba por acomodarse, pero eso sólo hizo que prácticamente nos fundiéramos ambos contra la opulenta rubia. Yo había dejado mi mano izquierda abajo, y ahora estaba casi incrustada en la entrepierna de la chica, con el dorso sintiendo el calor de su cuerpo. Leo estaba sonriendo, y seguramente tenía la verga calzada entre las nalgas de aquella diosa. El tren se puso en marcha y mi mano izquierda también. La deslicé suavemente por la delgada tela de su vestido y noté la pulposidad de la vagina de nuestra rubia. Ella levantó la vista y me miró a los ojos, como reprochando mi actitud. –Perdoname, linda- dije – pero no puede sacar mi mano sin molestarte…- ella no respondió. –Ni quiero sacarla…- agregué. Se sonrojó un tanto pero no dio muestras de fastidio. Lentamente di vuelta mi mano y ahora eran la palma y los dedos los que rozaban su intimidad. Volvió a mirarme, nuevamente sonrojada, e hizo un gesto como de resignación. Eso me envalentonó y apreté con más fuerza mi mano contra su concha, sin que ella se inmutara. Por el contrario, me pareció que separaba un tanto ...
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