1. La rubia, el marido y el tren


    Fecha: 20/05/2019, Categorías: Sexo en Grupo Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    LA RUBIA, EL MARIDO Y EL TREN
    
    Mi nombre es Rolando (Roly), tengo 29 años y vivo en Paso del Rey. Mi amigo se llama Leonardo (Leo), tiene 30 años y vive en Moreno. Nos conocimos fortuitamente viajando en el tren Sarmiento, y digo fortuitamente porque en un apretujamiento de los que se producen a eso de las siete de la mañana, ambos coincidimos en nuestro intento de colarnos detrás de una pendeja de unos 15 añitos con un muy buen culo, para hacer de las nuestras. En un primer momento forcejeamos para quedar detrás de ella, pero yo gané la pulseada y quedé pegado a aquel delicioso manjar trasero, mientras él debió conformarse con apoyarla de “costelete”. Apreté mi pedazo a ese culo de película un buen rato, y al notar que no había resistencia empecé a meter mis manos debajo de la pollerita acariciándole los muslos y las nalgas a mi antojo. Entonces me acordé del flaco y guiñándole un ojo le hice señas para que aprovechara y le metiera mano a la pendejita, cosa que inmediatamente puso en práctica. Entre los dos la manoseamos todo el viaje hasta Liniers, tocándole el orto y la conchita a “gusto y piacere”. Cuando la niña se acomodó para bajar en Liniers, no tuvimos mas remedio que sacar las manos de bajo su pollerita, y ella nos dedicó una sonrisa cómplice como agradeciendo la manoseada que le habíamos brindado. ¡Vaya con la mocosa, tan chica y tan degenerada! El flaco se me quedo mirando y yo me acerqué sonriendo. -¿Qué te pareció la pendex, flaco? –le dije.
    
    -¡Increíble, ...
    ... loco! ¡Qué putita relajada! ¡Y qué pedazo de culo que tiene!-
    
    Continuamos conversando durante el resto de viaje y así nos conocimos. Cuando llegamos a Once lo invité a tomar un café y continuamos charlando un rato más. Ambos coincidimos en que nos enloquecían las apoyadas a mujeres en el tren. Y así es como desde hace cinco años hacemos de las nuestras en el tren ex Sarmiento, “trabajando” juntos. Hemos disfrutado de cientos de minas en nuestros viajes diarios, en ocasiones solamente apoyando, en otras metiendo manos en las redondeces, y en algunas oportunidades las “víctimas” nos han devuelto la pelota manoteándonos el pedazo con ganas. Pero lo mejor de lo mejor nos ocurrió el año pasado, en los primeros días de diciembre. Aquella mañana hacía bastante calor cuando Leo y yo nos encontramos como siempre en el andén de la estación Ituzaingó. Eran las seis y cuarenta de la mañana cuando ambos nos embarcamos en un tren detrás de una mina de unos treinta con un pantalón blanco, pero nuestro intento fracasó porque la tipa logró colarse entre la gente y se apoyó contra la pared del vagón, lejos de cualquier intento de alguien que quisiera hacer algo con ella. Ante tal circunstancia, decidimos seguir hasta Morón para intentar algún nuevo “contacto”. Así lo hicimos, y fuimos recorriendo el andén de una punta a la otra en busca de alguna minita con buen lomo para nuestros propósitos. Había un par de chicas que pintaban, pero por una u otra causa no terminaban de gustarnos. Hasta que ...
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