1. Reina por un día


    Fecha: 26/04/2022, Categorías: Dominación / BDSM Autor: Wolfgang33, Fuente: CuentoRelatos

    ... deslomaba para intentar ascender mientras pagaba el alquiler de un pequeño apartamento; pero su tono y gestos eran los de una patricia romana, a la que no le espera otra cosa que una agradable charla con sus amigas y algún senador. En el tiempo que había estado en el baño, había inspeccionado el armario buscando la ropa más adecuada, y la encontré. Le puse su mejor vestido: un vestido blanco y elegante, que caía hasta poco más allá de las rodillas, dejando al descubierto uno de sus hombros e insinuando el pecho de dicho lado. Se cerraba con broches brillantes y, en torno a su cintura, un cinturón plateado. Era un vestido que había comprado para la boda de su hermana, según me dijo; se lo compró porque le hacía parecer una princesa. Esta confesión confirmó lo que ya sabía: que una Diosa habitaba en su interior. Sentándola en un taburete frente a la cama, comencé a peinarla con varias trenzas que se unían en una sola, al modo de las clases altas medievales; mientras mis dedos se deslizaban por sus pelos, ella suspiró con placer. “Sabes”, me dijo, “las mujeres ricas del Imperio Romano llegaban a tener a una multitud de esclavas atendiendo a sus necesidades personales. Podían tirarse mañanas enteras siendo acicaladas”. El hecho de que supiera cosas así y las retuviera en la memoria, me confirmaba nuevamente lo que ya sabía; pero notaba que ella misma estaba, por primera vez, dando rienda suelta a su fantasía. “Aquellas mujeres debían ser esplendorosamente bellas”.
    
    Cuando ...
    ... terminé de peinarla, iba a preguntarle si tenía joyas, y donde las guardaba; pero, para mi sorpresa, antes de que pudiera decir nada me dijo: “ve al cajón de debajo de la izquierda del primer armario: allí guardo las joyas de mi madre. Tráemelas”. Obedecí y, al abrir la caja, se puso unos largos pendientes de falsa plata, y tres collares (suntuosos, pero no muy caros) uno sobre el otro. Además, tenía cuatro brazaletes de oro, que puso dos en sus brazos y dos en sus piernas, a la altura de los tobillos. “Estos son de oro de verdad, herencia de mi abuela”. Finalmente, le puse dos elegantes zapatos al estilo sandalia, y marché a por un espejo. Arrodillándome, le enseñé su aspecto. “Ahora”, dijo, “sí que soy una Reina”.
    
    ***
    
    Ella se había sentado en el sofá del salón, cuya mesa le hacía las veces de estudio. Allí había encendido el ordenador y tenía una enorme cantidad de ventanas abiertas, así como una pila de papeles sobre la mesa. La mujer que hacía apenas una hora se había sentado en aquel sofá con la delicadeza de una princesa y el orgullo de una reina había desaparecido: lo que quedaba era una pobre chica estresada, más tímida si cabe que la noche anterior en el bar, y el vestido y las joyas que llevaba provocaban un contraste que resultaba grotesco. Yo había estado preparando la comida que me ordenó y, cuando volví y vi aquella triste situación, no pude contenerme. “Ana”, le dije, con un tono que la hizo dar un respingo, tanto por lo grave y masculino que sonó como por el ...
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