1. EL SUSTO


    Fecha: 17/04/2018, Categorías: Confesiones Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    ... hallaba mi mujer subida en sus tacones de aguja, y como única prenda el antifaz de nuestros juegos con los que le tapo los ojos, y escenificando un acto de lo más sexual, mientras chupaba un plátano se introducía otro por el coño, no se cuanto tarde en reaccionar, si fueron segundos o algún minuto, lo único que ahora sé, es que ella sabía de mi puntualidad y al parecer yo no supe prever que los juegos nocturnos los podría haber adelantado al mediodía.
    
    Mi reacción fue coger lo que tenía más a mano, y con el mantel pase a taparla, con lo que sorprendida se desprendió del antifaz y entonces si que llegó el grito, pero lleno de estupor, seguidamente los dos alucinados abandonaron la cocina y se dirigieron al comedor dejándonos solos, donde tras los reproches de uno iban los del otro, que si cómo estabas así, que si no me has avisado que ibas a venir acompañado, etc, etc.
    
    Tras calmarnos un poco, pensamos en qué íbamos a decirles a esos dos, y decidimos que ya que había bastante confianza, pasaríamos a explicarles un poco por encima, que por aquello de sorprenderme la había llevado a esperarme así y que por todos los medios lo que había que lograr, era que aquello no saliera de la boca de ellos.
    
    Hice presencia en el comedor y empezaron a disculparse, a lo que yo les indiqué que la culpa había sido solamente mía y que el hecho de encontrar así a mi mujer no se debía a que estuviese salida ni nada por el estilo, sino a un tipo de juego en el que nos hallábamos estos ...
    ... días, en el que tratábamos de sorprendernos sexualmente, a lo que el gracioso de mi primo me contesto que de eso no había ninguna duda, nos había sorprendido a los tres. Hubo un momento de silencio e hicieron conato de marcharse, a lo que me opuse diciéndoles que se quedarían a comer pues queríamos hablar con ellos.
    
    Tras hablar con ellos fui a la cocina y anime a mi mujer a que diera el paso y se decidiera a hablar con ellos abiertamente e intentara quitarle hierro al asunto y que se dejase la vergüenza para otra ocasión, pues era ahora cuando había que zanjar el tema. Me confesó que había estado pensando, que lo mejor sería actuar como que no le importaba y que no tenía por que dar explicaciones a nadie de lo que hacía en su casa y que lo que haría durante la comida sería picarlos con su mirada, pues al haberla visto así seguramente ellos pasarían más vergüenza, seguidamente me indicó que me fuera con ellos, que enseguida iría con la comida.
    
    Estábamos hablando del partido del domingo cuando oímos el suave rodar de la mesa camarera, se abrió la puerta y ahí estaba mi mujer saludando como si nada, pero eso si, lo de pensar en picarlos había pasado a mayores, se había puesto el vestido negro, ese tan ceñidísimo, tan corto, el del escote tan generoso, ese que aún con él puesto es fácil adivinarlo todo. Y allí como tres estatuas de piedra a las que ha paralizado el rayo del deseo, pasaron algunos segundos, hasta que fuimos despiertos, tras mi mujer riendo solicitar ...