1. La madre de su novia


    Fecha: 13/10/2019, Categorías: Sexo con Maduras Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    ... mis ideas y busco a Ana en la cocina.
    
    Descarada, animal, corre por su cocina descalza, con un top y en bragas. Nos besamos, reímos con un comentario mordaz. La abrazo y monto mi boca en la suya. Con un gesto hábil desabrocha mis pantalones y hunde su mano en mis calzoncillos; inicia un movimiento suave, que sabe me vuelve loco. Separándola levemente de mí, le retiro el top dejando al aire dos pechos pequeños, casi inexistentes, de oscuros y rígidos pezones. Ella sigue con su ejercicio -me doy cuenta ahora de que casi no nos hemos hablado aun-. La empujo hacia atrás y, cuando la tengo arrinconada contra el mueble, pongo su cabeza bajo el grifo. Chilla divertida. Dejo correr el agua y con mis manos unto todo su cuerpo de ese agua que chorrea desde su cabeza: su cuello, su espalda, sus caderas, su pubis afeitado -gime-, sus muslos; hundo mi cara y voy bebiendo de entre sus muslos, de la entrada de su vagina a sorbos largos y busco refrescar su clítoris con mi lengua insistente consiguiendo que su cuerpo se tense, se agite un par de veces bruscamente y, acompañado de un chillido demasiado alto, acabe relajándose.
    
    Evidentemente, nos han oido porque su madre entra en el pasillo llamándonos y preguntando si todo está bien. Nos escondemos en un armario, ella empapada y desnuda, yo entre asustado y loco. Desde nuestra posición veo a su madre cerrar el grifo y contemplar todo el desaguisado; recoge el top y pone unos papeles en el suelo: no dice nada, sólo sonríe. Ana me pregunta ...
    ... en voz baja qué pasa; yo le pongo un dedo en los labios indicándole silencio. Ana me besa en el pecho y se levanta sobre las puntas de sus pies: con un ágil movimiento se deja caer sobre mí introduciendose mi pene hasta adentro. Trato de aguantar un gemido y ella apaga su grito en un mordisco contra mi cuello. Me acaricia, se mueve como sólo ella sabe hacer; su madre, mientras, acaba de recoger la cocina. Cuando la mujer se va, yo no puedo más: contra la pared, embisto a Ana una y otra vez, una y otra vez. La retiro y la embisto desde detrás mientras la acaricio. Con mano libre la aprieto desde sus caderas, desde su vientre contra mí, froto su espalda que se ha quedado fría, hundo mis dedos en su boca, le muerdo las orejas, ella ríe y chilla y disfruta. Consigue deshacerse de mi y con su boca empieza a masturbarme devolviéndome el placer y el favor. Sus dos manos y su boca trabajan en mis testículos y mi pene con cambios de ritmo y fruicción durante una eternidad. Cuando ya casi no puedo más, la abro de piernas ante mí y dejo caer todo mi peso sobre ella: quiero partirla en dos. Alcanzamos un orgasmo increíble, que nos deja cansados aunque no exhaustos.
    
    Tiene la tarde, sin embargo, una carga sexual enorme. Le pido a Ana ducharme y no me pone inconveniente. La variación es que me meto en la ducha del cuarto de sus padres buscando -envalentonado- un encuentro con la madre. No cierro la puerta, me desnudo en medio de la habitación de una manera insolente y me contemplo en el ...