1. La gitanilla Leila


    Fecha: 02/12/2018, Categorías: Incesto Autor: Quique., Fuente: CuentoRelatos

    Tarde de verano de agosto de 1972.
    
    Justino, era un joven moreno, espigado y de complexión fuerte, estaba sentado en una especie de banco de piedra que había al lado de su casa leyendo La Canción del Pirata de José de Espronceda. La gitanilla llegó con una cestilla debajo del brazo en la que traía encajes. Era alta, delgada, vestía un vestido largo, verde, con flores azules y rojas. Calzaba sandalias. Su cabello rizado, negro azabache, le llegaba a la cintura. Sus ojos eran negros y muy grandes, su boca sensual, sus dientes blancos. De los lóbulos de sus orejas colgaban dos grandes aros de cobre. Sus tetas eran grandes, su cintura de avispa, sus caderas anchas y su culo redondito. Era una preciosidad. Y la preciosidad, le preguntó a Justino:
    
    -¿Qué eztá eztudiando, payo Juztino?
    
    -Leo poesía.
    
    -¿Y ezo da parné?
    
    -Yo lo hago porque me gusta, no por ganar dinero con ello algún día.
    
    Se sentó a su lado. La gitanilla olía a jabón Lagarto. Le dijo:
    
    -Le un poquito a ve ci me guzta a mí también. No ce que ez la poezía. ¿Qué ez la poezía?
    
    Justino, no leyó, la miró a los ojos y le dijo:
    
    -¿Qués es poesía?, dices mientras clavas
    
    tu pupila en mi pupila azul.
    
    ¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?
    
    Pesía... eres tú.
    
    La gitanilla se levantó como si un muelle la hubiera despedido del banco. Las rimas de Bécquer la pusieron en posición defensiva.
    
    -Tengo novio, payo, y lo zabe.
    
    -Yo, no.
    
    -¿Te pienza que por que zoy fabeta me puede engañá?
    
    -No se ...
    ... dice fabeta, se dice anal, analfabeta.
    
    -¡Ja te maten! Anal, para la paya. La gitana zomo gente honrá. Me voy que tengo todo lo encaje por vende. Y tú no me va a dar de comé, payo.
    
    Aquella gitanilla, desde niña, le gustaba a Justino más de lo que le había gustado ninguna muchacha. Era un peligro seducirla porque los gitanos por nada quitaban la navaja, y si un payo tocaba a una gitana tenía las horas contadas, pero le importó una mierda. Justino sabía que los gitanos comían los animales que murieran de alguna enfermedad. Lo sabía porque más de una vez le preguntaran a su abuela si había enterrado alguna gallina recientemente. Le dijo:
    
    -Ya que hablas de comer... Esta mañana enterró mi abuela un cerdo.
    
    Una sonrisa se dibujó en los labios de la gitanilla.
    
    -¿Dónde, payo? ¿Dónde eztá enterrao er celdo?
    
    -Para decírtelo tendrías que dejar que te magrease las tetas, y que te besase en la boca y en el chocho. ¿Qué dices?
    
    -Que er celdo erez tú.
    
    -¿No hay trato?
    
    La gitanilla se ofendió.
    
    -Mira, payo, ci me hubiece pedío un beso en la boca, por un celdo, hazta puede que te dejase dármelo y hazta puede que te dejace tocarme la teta, pero er coño, ¡Mi coño ez sagrao! Da gracia a Dioz por que no zaque la tijera y te crave.
    
    -Pues nada. Voy a seguir leyendo.
    
    La gitanilla se fue. Al ratito volvió, y le preguntó:
    
    -¿Ez mu grande er celdo?
    
    -Casi cien kilos.
    
    -¿Zabe de un citio dónde nadie noz pueda ver?
    
    Justino fue delante, la gitanilla lo seguía a una ...
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