1. Mis odiosas hijastras (2)


    Fecha: 01/03/2024, Categorías: Hetero Autor: dickson33, Fuente: RelatosEróticos

    ... a lo estético, yo era alguien tan simplón que rayaba lo despreciable. Y si bien esto fue una especulación de mi parte, en los primeros días de estadía en esa casa repleta de mujeres, no tardé en confirmar que mis sospechas eran reales.
    
    Hubo una mañana en la que llegué a casa a primera hora de la mañana, pues me había tocado hacer el turno nocturno. Estaba sin ducharme, obviamente, y vestía una camisa vieja, de un color bastante desgastado, un pantalón arrugado, debido a que en el colectivo debía poner en mi regazo mi mochila, y finalmente una zapatilla que, si bien se mantenía entera, era obvio que tenía mil años de uso.
    
    Agostina estaba a punto de salir. Estaba con su amiga Mili. Una chica casi tan delicada y bella como ella. Salvo que era rubia. Agostina me miró horrorizada, hasta parecía avergonzada por mis fachas. Mili la miró intrigada.
    
    —Hola, soy Adrián, la pareja de Mariel —le dije a la chica.
    
    Mili miró a su amiga, como no pudiendo creer que la renombrada escritora de la que Agos se sentía tan orgullosa de tener como madre, estuviera saliendo conmigo. Mili se presentó por su cuenta, porque Agos no atinó a decir nada. Cuando salieron a la calle, escuché, a través de la puerta, las risas burlonas de ambas adolescentes. Estaba claro que consideraban que no estaba a la altura de Mariel. Ese simple acto, que en otro contexto podría haber dejado pasar, me hizo enfurecer, pues de alguna manera respaldaba las ideas que me venía armando sobre la chica.
    
    Lo que me ...
    ... daba más bronca era que esas mocosas —las hermanas—, que por momentos me parecían tan odiosas, me generaban una calentura impresionante. No fueron pocas la veces en las que me cogí a Mariel mientras alguna de ellas estaba en mi cabeza. Y tampoco fueron pocas las veces en las que jugué con la posibilidad de que, desde sus cuartos, escucharan como hacía gozar a su madre. En un rincón de mi mente, deseaba que supieran que era buen amante, y en un rincón aún más apartado, especulaba con la posibilidad de que se excitaran mientras oían los gemidos de su madre, propiciados por mi verga.
    
    —¿Y qué fue lo que pasó? —me preguntó Agos.
    
    Habíamos quedado solos en la sala de estar. Ella estaba despeinada debido al fuerte viento, y el paraguas no la había podido proteger del todo, ya que muchas gotitas habían caído en el chaleco de lana, y el pantalón de jean que llevaba puesto. Un pantalón que costaba una semana de mi trabajo. No me cabían dudas de que estaba ansiosa por irse a cambiar, ya que, para ella, ese aspecto que tenía ahora resultaba deplorable, pero sin embargo parecía dispuesta a esperar a que yo le contara de qué iba la cosa.
    
    —Nada. Alguien me mandó un mensaje de muy mal gusto, desde un teléfono desconocido —expliqué. Sabía que toda buena mentira tenía gran parte de verdad, y estaba aplicando esa lógica con ella.
    
    —¿Y pensás que fue Valu? —preguntó—. Debe ser realmente algo muy feo para que hayas reaccionado así —agregó después. Me pareció ver una pisca de pena en su ...
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