1. El show estelar


    Fecha: 07/12/2023, Categorías: Bisexuales Autor: Dr Arroyo, Fuente: CuentoRelatos

    Donde ahora se levanta una inmensa torre, supuestamente producto de fuertes inversiones (sólo los mal pensados sospecharían lavado de dinero), hace años estaba una famosa tienda con restaurante. En ella, la librería era famosa porque todos acudíamos a leer las revistas sin pagarlas y otros a ligar haciendo como que las leían, checar si valía la pena comprar tal o cual libro mientras disfrutaba uno la vista de las nalgas o las tetas de ésta madura o aquella joven, a la sección de tabaco acudían los que se sentían intelectuales por sus pipas y tabaco para ellas compradas con el dinero largamente ahorrado o depositado por sus papis que los seguían manteniendo y hasta vendían telescopios para aficionados a comprar lo que no necesitaban ni sabían usar.
    
    El restaurante era famoso por discreto, miles de negocios ocurrían en sus mesas y otros tantos casos judiciales eran ventilados y arreglados en ellas, abundaban los parroquianos nostálgicos del ligue espontáneo que acudían a disfrutar de las piernas y las nalgas de las meseras del bar ataviadas de minifalda negra tableada, medias negras, chaleco rojo y perpetua charola en la mano de quienes uno nunca estaba seguro de que trajeran calzones. O por lo menos la fantasía es que no los trajeran.
    
    Los baños eran otro cuento. Famosos porque allí pasaba de todo, ubicados en un sótano y bastante aislados del resto de la tienda-restaurante, eran ideales para muchas cosas, además de ir al baño. Un día que legítimamente fui a orinar, ...
    ... me di cuenta de cómo estaba la movida: había fulanos perpetuamente parados en un mingitorio fingiendo orinar, otros se les acercaban con unas pretensiones de discreción bastante cómicas y los más audaces echaban un vistazo a lo anterior y luego empezaban a asomarse por las ranuras de las puertas de los privados a ver qué les deparaba el azar. A veces allí se quedaban parados, mirando por la ranura, respirando agitados y sobándose la verga sobre el pantalón. Me intrigó la necesidad de mirar de éstos tipos, casi todos de apariencia respetable, oficinistas de multinacionales que vivían una doble y hasta triple vida, funcionarios de dependencias gubernamentales cercanas, casi todos trajeados, encoloniados, bien peinados, rasurados y guapetones. Eso me dio la idea.
    
    Volví otro día para poner en marcha mi plan. Me encerré en uno de los privados y me senté completamente vestido, haciéndole al que allí estaba casualmente como que no quiere la cosa, fingiendo leer una revista. Escuché unos pasos lentos. Se dieron una vuelta por el lugar revisando a quienes había. El de los pasos llegó a mi puerta. Vi sus zapatos. Muy bien boleados, se apreciaba el final de un pantalón gris Oxford, casi seguramente parte de un traje. Un ojo atento podía adivinarse a través de la ranura de la puerta y allí se mantuvo un rato. Ésa era la señal que estaba esperando. Sin dejar de actuar al atento lector, pasé lentamente mi mano por el cuello en el gesto típico de “¡hace mucho calor!”. Con deliberada y ...
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