1. Heil mama (Cap. 7)


    Fecha: 01/08/2017, Categorías: Fetichismo Autor: DocJoliday, Fuente: CuentoRelatos

    ... quicio, y dio en el clavo —dijo Marta. Me miró con los ojos entornados, batiendo sus largas pestañas un par de veces, y sus labios se curvaron en una sonrisa perversa. Pero ese no es el principal motivo, amigo mío.
    
    —¿Ah no? ¿Y cuál es?
    
    —Está bastante claro. Desear a tu madre te hace sentir culpable porque la tienes en un pedestal, la ves como a una santa, pura e inalcanzable. Pero hoy se ha caído del pedestal y se ha arrastrado por el fango delante de tus ojos. Ya no tienes por qué sentirte culpable, ni siquiera tienes por qué respetarla... Ahora podrías incluso hacer algo más que fantasear.
    
    —Eso es verdad, se ha arrastrado pero bien... De rodillas delante de ese gorila... ¡Pero no estaba alucinando! ¡Ha pasado de verdad! ¡Que me parta un rayo si no ha pasado de verdad!
    
    Marta soltó una carcajada. El albornoz resbaló por sus hombros y las tetas quedaron al descubierto tal y como las había visto en la revista, grandes, aunque no mucho, y de pezones pequeños. Me indicó con un gesto que me acercase. Me puso morritos y me acarició la nuca con la mano. Antes de que me diese cuenta, sus suaves labios pintados de rojo estaban sobre los míos. Le acaricié un muslo, suave y cálido, mientras saboreaba su lengua.
    
    —¿Y esto, querido? ¿Está pasando de verdad? —susurró en mi oído, antes de darme un suave mordisco en el lóbulo.
    
    Quería convencerme de lo reales que podían llegar a ser mis alucinaciones, pero no podría convencerme de que había imaginado la escena de mi madre ...
    ... con el negro. Yo conocía mi propia locura y sabía hasta donde llegaba. Agarré a Marta por las muñecas, tan fuerte que a una mujer de verdad le habría roto algún hueso, pero ella se rió. La tumbé en la cama, me bajé los pantalones y le separé los muslos.
    
    —Tú no te escapas. Te voy a follar, y me da igual si te transformas en mi madre como hizo tu amiga el otro día —dije, escupiendo las palabras a centímetros de su cara.
    
    —¿Te refieres a Claudia? No es mi amiga. Ni siquiera nos conocemos —dijo ella, burlándose.
    
    —¡Calla, guarra!
    
    Se la clavé hasta el fondo, soltó un largo gemido y me arañó la espalda. Cuando la sacaba para embestirla de nuevo, alguien llamó a mi puerta. Toc toc. De repente estaba solo, tumbado bocabajo en mi cama con los pantalones bajados y la polla apretada contra el colchón.
    
    —¡Mierda!
    
    —Paco... Soy yo, ¿te encuentras bien? —dijo una voz al otro lado de la puerta. Era mi tía Merche, por supuesto. Tal vez había escuchado mis gritos.
    
    Me subí los pantalones y le abrí. No debía llevar despierta mucho rato. Estaba despeinada y vestía solamente una descolorida camiseta que le dejaba el ombligo al aire y unas bragas rosas de algodón. Miré sus ojos marrones y vi en ellos preocupación, mezclada con algo de cautela. La hice entrar y cerré la puerta. Le indiqué que se sentase en la cama y lo hizo sin rechistar. Era increíble cómo había cambiado su actitud. Estaba seguro de que si le ponía una correa ella andaría a cuatro patas y ladraría como una perra. Me ...
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