1. Margarita


    Fecha: 27/05/2023, Categorías: Fantasías Eróticas Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    Era verano, y un viernes al salir de la oficina y caminar hacia casa la vi. Al alzar la vista la vi venir hacia mí por la misma acera. Nos saludamos y me contó que venía de la estación, de despedir a su marido y sus hijos que se iban a un pueblo cercano a pasar el fin de semana en casa de la abuela. Ella se quedaba porque tenía asuntos que arreglar. En ese momento no sé qué me pasó, pero la invité a una cerveza. Ella aceptó. Entramos en un bar y nos sentamos en una mesa. Comenzamos a charlar sobre cosas banales. Pero poco a poco la conversación iba tendiendo a lo personal: su marido y sus hijos se iban un par de días, ella tenía cosas que hacer, pero al mismo tiempo se sentía liberada y quería aprovechar el tiempo yendo al cine, estando en un bar tomando una copa, oyendo música en la radio... Cosas pequeñas pero que son importantes. Yo escuchaba, un poco sin saber qué decir o qué hacer, pues Margarita me gustaba tanto que estaba paralizado por el hecho de estar a su lado.
    
    Mientras ella hablaba, yo, furtivamente, me dedicaba a observar su cuerpo. Su blusa holgada, su falda estampada, sus brazos desnudos, morenos por el sol de junio, sus labios que se movían sin cesar, la lengua, que de tanto en tanto asomaba para humedecer sus labios, los dedos de sus manos que se movían intentando aclarar o precisar algún comentario que ella hacía, sus ojos, sus pómulos... En otro arrebato de decisión, la invité a comer.
    
    Ella rehusó porque tenía que ir a casa. Me quedé cabizbajo ...
    ... comprendiendo mi torpeza por aquel impulso. Pero Margarita dijo que no debía sentirme así, que quería comer conmigo, y que lo haríamos en su casa. Me invitaba a comer en su casa y hacia allí fuimos.
    
    Hacía mucho calor y cuando llegamos estábamos sudando los dos. Ella dijo que se iba a cambiar y que si yo quería podía ponerme alguna prenda más ligera que ella tenía de su marido. Dije que no, pero ella insistió. Acepté y lo agradecí, pues estaba totalmente sudado. Me ofreció una holgada camiseta... y nada más. Es verdad que me llegaba a las rodillas, y que era muy cómoda, pero el estar sin pantalones me hacía sentir inseguro. Luego pasamos al salón, y me ofreció té helado. Dijo que ella no tenía ganas de comer, pero que si yo quería tenía carne fría y otras cosas que ofrecerme. Le dije que no, que no tenía hambre. Ella fue a cambiarse.
    
    Cuando volvió vestía una mini-blusa que no le tapaba el ombligo, y una mini-faldita que apenas llegaba a la parte superior de sus muslos. Era un espectáculo ver a aquella mujer. Sus piernas, torneadas y morenas, destacaban sobre el color blanco de su ropa; la parte del torso que la blusa permitía ver también estaba dorada por el sol. Pero, además, la blusa era ajustada, y permitía que sus pechos descollaran en la tela. Era evidente que no llevaba sujetador, y los pezones destacaban en aquella superficie blanca, rematando unos senos gráciles y libres de toda sujeción. Cuando entró en el salón fue a bajar las persianas, para que el sol no nos ...
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