1. Memorias de África (II)


    Fecha: 13/05/2022, Categorías: Sexo Interracial Autor: Carmen Van Der Does, Fuente: CuentoRelatos

    ... otra, pero unas manos empezaron a deslizarse por mis muslos. Esta vez sí que pude agitarme, deshacerme de esas manos y cerrar las piernas. Se echaron a reír y me volvieron a sujetar los pies; entre las cuatro me volvieron a dar la vuelta poniéndome boca arriba. Estoy acostumbrada a que me vean desnuda en la playa, pero aquello era diferente, así que intenté zafarme de los brazos para taparme al menos la entrepierna, pero me lo impidieron sujetándome más fuerte las muñecas y sentándose dos de ellas sobre mis piernas.
    
    Me miraban a los ojos, palpaban mi pelo castaño, recorrían con el dedo índice mis labios… Una de las más jóvenes me acarició los pechos, los apretaba, pellizcaban mis pezones y una se atrevió incluso a comerme uno de los pezones, lo que provocó que se pusieran duros y rectos. Hasta mi ombligo les llamaba la atención. Mientras me esforcé en que no se notara ninguna de las reacciones que todo aquello tenía en mi cuerpo, y gracias a esa distracción, las dos que se sentaron sobre mis piernas, se habían levantado y me las habían abierto más de lo que estaban. Algunas se inclinaron sobre sobre mi sexo, “jodidas cabronas, dejadme en paz de una puta vez”, pensé.
    
    Otra de las jóveness se acercó con un recipiente que me parecía una especie de calabaza ahuecada llena de agua, y con una especie de musgo o manojo de helechos. Empezaron a lavarme. Mira que me gusta bañarme y estar limpia, pero desde luego la forma en que aquellas mujeres lo estaban haciendo no era la ...
    ... mejor. Aquella suerte de esponja era suave, pero no era la que tengo en casa, los movimientos era violentos y daba la sensación que lo que querían eran borrarme el moreno de mi cuerpo; digo moreno para entendernos, porque para ellas era blanca como la cal. Menos mal que al tomar el sol desnuda en la playa, no tengo marcas porque de lo contrario hubiera sido otro motivo más para la algarabía o para que me escrutaran más a fondo.
    
    Mientras me limpiaban el sexo con mucho cuidado, menos mal, la más vieja puso su mano sobre mi vientre y dejó caer todo su peso sobre mí. Esa repentina presión me dio unas ganas tremendas de orinar y me lo hice sin querer. Me dio una vergüenza tremenda y pensé “mierda, tierra trágame”. Al ver eso, sonrieron y asintieron con la cabeza como si hubiera conseguido lo que ellas esperaban. Volví a rebelarme, “que os jodan cabronas de mierda”, me dije para mis adentros. Una de ellas salió de la cabaña y volvió con otro montón de hojas y helechos. Me levantaron mientras volvían a “hacer la cama”. Me volvieron a acostar y se ve que aquello también las divertía, porque no dejaban de sonreír y mirarme.
    
    Las más jóvenes volvieron a lavarme los muslos y el sexo sobre todo. Mientras me secaban, yo me dejé llevar. Una de las más jóvenes, la que no dejó de repetir “aifon, aifon” momentos antes, se sentó en el borde del camastro, y mirando a las que me sujetaban, les dijo algo en aquella extraña lengua. En aquel momento decidí “bautizar” como Aifon a aquella joven que ...