1. Memorias de África (II)


    Fecha: 13/05/2022, Categorías: Sexo Interracial Autor: Carmen Van Der Does, Fuente: CuentoRelatos

    La luz del día se filtraba por las paredes de la choza. Todo el interior se dividía como si fuera un código de barras, en trozos alternativos opacos y luminosos. Tenía mucho calor, estaba sudando, me sentía sucia y pegajosa, y un dolor detrás de mi cabeza. Paseé los ojos por el recinto pero sin atreverme a mover. Estaba tumbada en una especie de camastro, hecho de troncos, y a modo de colchón un amasijo de hojas de platanera y helechos. De la misma manera que no me atrevía a levantarme, tampoco era capaz de hablar o gritar. Sentí sed y había perdido la noción del tiempo. Sentí pasos y voces que se iban acercando, y el parapeto de hojas que hacía de puerta se abrió. La luz inundó la cabaña, pero estaba por detrás de las figuras que entraron haciendo sombras. Por el tono de voz eran mujeres y entre gestos, cuchicheos y alguna sonrisa, entraron en la cabaña.
    
    Cuando mis ojos se acostumbraron a la luz, pude ver el exterior… cielo azul, árboles, más cabañas y una especie de poblacho. Las mujeres estaban desnudas, o casi. Un taparrabos cogido a la cintura con una especie de cuerda era todo lo que llevaban. Pelo corto, muy rizado, y según la posición en la que se acercaban, a algunas les brillaba la piel. Se sentaron hablando entre ellas y me examinaban con esos ojos negros grandes y brillantes. No sabía si me estaban preguntando algo o simplemente hablaban sin más, pero intenté hacerme la valiente. Puede que fuera por el aturdimiento de mi dolor de cabeza, pero lo primero que me ...
    ... salió de la boca fue preguntar por mi teléfono:
    
    -¿Dónde está mi IPhone?, ¿pueden darme agua?, tengo sed.
    
    Se pusieron a hablar entre ellas y a reírse:
    
    -¡Aifon!, ¡aifon!... ¡jajaja!
    
    Sin mediar más palabra, dos de ellas se pusieron por los pies y otras dos por los hombros, y de forma brusca me pusieron boca abajo. El dolor de cabeza, la sed y porqué no decirlo también, el miedo, me tenían atenazada. Examinaron mi cabeza y la herida que tenía. Una de ellas salió y cuando volvió, llevaba en las manos una masa que no acerté a ver de qué estaba hecha, pero que chorreaba un líquido. Me lo pusieron sobre la herida y al dolor y la quemazón que sentí al principio, le siguió un frio que me alivió bastante, a la vez que me despejó. Cuando mi cara se relajó, una de las chicas empezó a reír, hablaron de nuevo entre ellas, y casi sin darme tiempo a descansar, una de las mujeres intentó quitarme a tirones la camiseta que llevaba puesta. Cuando descubrieron que sacándola por la cabeza no tenían que esforzarse mucho, lo hicieron. Cuando empezaron a hurgar en el broche del sujetador intenté rebelarme, pero una de ellas se sentó en mis lumbares, desabrocharon el sujetador y me desnudaron. Luego hicieron lo mismo con el short y las bragas entre risas y exclamaciones.
    
    Una de las más viejas cogió mis nalgas y me las abrió para comprobar no sé muy bien el qué, y casi seguido, las dos que estaban al pie del camastro, me abrieron de piernas. No sé si era la misma que me abrió de nalgas u ...
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