1. Solitaria en la noche


    Fecha: 02/12/2017, Categorías: Masturbación Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    ... dolor en tu recto y te preguntabas porqué accediste a algo semejante. Quizás por las ganas de sentir algo nuevo, quizás por que ya nadie podrá decir que eres virgen de algo, quizás por llegar a hacer lo que tus amigas te han contado que ellas sí han hecho. Lo que más recuerdas es esa combinación del terror más absoluto y una excitación incontrolable…. Un cocktail explosivo para el que sabes que ya no hay marcha atrás.
    
    Recuerdas que, una vez, tus gritos te dejaron oír tus pensamientos, pensabas en lo sucio del agujero que te estaban penetrando, en lo sucia que debía estar esa polla ahí dentro, en si él vería algo que sólo tú y tu inodoro habéis visto, en si no le daba asco a él. Pero, por otro lado, muriéndote de ganas de sentir como explota en tu recto y lanzarte sobre ella como una posesa mientras aún escupe restos, intentando comprobar a qué sabe ese helado de carne después de salir de tu agujero más infecto.
    
    Recuerdas perfectamente cómo, antes de meterla en tu boca, no pudiste reprimir el instinto de comprobar si "aquello" estaba sucio de restos de tu culo. Sabes que eres una chica limpia, pero también sabes que es algo que no se puede controlar. Las marcas que, de vez en cuando, aparecen en tu ropa íntima así lo demuestran.
    
    Recuerdas perfectamente como, al desaparecer entre tus labios, te concentraste en intentar adivinar a qué correspondía cada sabor que te llenaba: cuál era sabor a polla, cuál a coño y cuál, culo.
    
    Recuerdas lo poco que te gustó la sensación ...
    ... de chorreo en esa parte de tu cuerpo. Las gotas de semen fluyendo de tu ano te recordaron a otras ocasiones de disfunciones gástricas.
    
    Recuerdas como, al quedarte sola, no dejaste de tocarte.
    
    Recuerdas como comprobaste lo mucho que había dilatado ese pequeño agujero.
    
    Recuerdas que pensaste que nunca más podrías controlar ningún apretón estomacal venidero.
    
    Recuerdas como estuviste tres días sin poderte sentar bien y que, cada vez que lo hacías, sentías como todo el mundo te miraba y, al verte ladeada, sabía perfectamente qué te habían hecho la noche anterior.
    
    Con estos recuerdos tus dedos pasan de la suave humedad del conejito a la áspera sequedad del ano.
    
    Convertidos en un ferry que recorre la distancia entre agujeros sin parar con una misión calra y concisa: humedecer mi entrada posterior.
    
    El cerrado anillo de salida de emergencia de mi cuerpo, tarda en reaccionar. Ahí detrás nunca he tenido problemas con las salidas, pero con las entradas… Además, hace tiempo que nadie lo usa, así que no va a ser tarea fácil.
    
    Loca de envidia, me concentro en mis intimidades. Ambas manos trabajan: la mano derecha frota mi clítoris y se mete en mi raja, mientras la izquierda se curra una dilatación anal de la hostia.
    
    Gritando tu nombre, consigo introducir una falange en el punto más hondo de mis nalgas.
    
    Como otras veces, hecho en falta una tercera mano.
    
    Como otras veces, acabo frotando mis pechos con fuerza contra la sábana.
    
    Como otras veces, me maldigo por ...
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