1. Jimi y Betty, los campeones del ‘Maná’


    Fecha: 29/10/2020, Categorías: Confesiones Autor: valisdick, Fuente: CuentoRelatos

    ... hasta hacer chascar los huesos.
    
    -Nadie puede aguantar los dedos de Betty, la futura campeona del mundo de tekoki.
    
    …
    
    De pronto en mi móvil se iluminó el contacto de Mandy. Entonces cometí un serio error, acepté la llamada. Cuando controlaba su carácter Mandy sabía ser encantadora. Me felicitó por nuestro triunfo, me recordó nuestro fantástico encuentro en los baños del club, me contó que había roto con su última pareja, y me habló de un canal de internet especializado en paizuri, una técnica sexual japonesa en la que, como no, se había convertido en la mejor experta. Me engatusó con halagos, y entonces me soltó el desafío. Decía que podía hacer que me corriese en menos de 60 minutos tocándome sólo con las tetas. Nos reímos. Insistió. Tragué el anzuelo. Nos citamos en un motel de las afueras. Si lo lograba tendría que darle una segunda oportunidad.
    
    Tan pronto como me metí en el taxi, tras mirar a los lados para comprobar que no pasase nadie conocido, supe positivamente que la estaba cagando, lo cual no impidió que en ese momento desease enfrentarme a Mandy más que nada en el mundo.
    
    Me recibió de rodillas sobre la colcha, con un camisón de raso y encaje que me pidió ...
    ... desincrustase de su anatomía. Hacerlo bastó para ponerme en guardia. Usó sus propios jugos para lubricarse sus irreales tetas. Luego tomó el reloj sobre la mesilla y lo reseteó a las 12:00. Listo torito? Sus pechos tenían un tacto más suave que el raso italiano, sabían más dulce que a miel de orquídeas, pero apretaban más duro que un saco terrero del ejército. La mezcla de saliva y fluidos de su vulva conformaron un cálido fluido deslizante pero pegajoso, y sus tetas eran tan firmes que incluso podía bombearme sin apretarlas con las manos. Su movimiento estrella era el bozal del toro, una posición sin manos en la que se inclinaba hacia mi e insertaba mi verga entre sus pechos desde arriba, usando su peso corporal para obligarla a deslizarse bajo su esternón, empujando adelante y atrás mientras sus neumáticos senos me apretaban por los lados. Fue con ese movimiento con el que a las 12:52 acabó conmigo, haciéndome explotar más fuerte que la bomba de Hiroshima. Con los brazos en jarras me soltó su sonrisa malévola. Su rostro se había hecho de nuevo duro y anguloso, el de una chica mala maestra en proporcionar igualmente abundantes dolor y placer hasta que uno no puede distinguir una cosa de otra. 
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