1. La profesora de filosofía.


    Fecha: 14/10/2017, Categorías: Intercambios Autor: Lotero, Fuente: CuentoRelatos

    ... clímax.
    
    La profesora de Filosofía se estaba masturbando, con los ojos semicerrados y emitiendo unos gemidos tenues que llegaban a mis oídos como mensaje de placer sin fin. Sus dedos entraban y salían con un ritmo acompasado que iba creciendo. La otra mano se cerraba sobre uno de sus senos cubierto por una blusa clara que transparentaba un sostén de calidad.
    
    Parecía experta en estos menesteres; estaba absorta en la autosatisfacción y sólo atendía al llamado de la propia naturaleza necesitada de apagar el fuego de un volcán cuya lava ardiente debía hervir en su interior.
    
    La escena evocaba los festines de una diosa insatisfecha que necesitaba de la propia acción para llegar al orgasmo. Los movimientos eran cada vez más intensos. Las piernas, muy abiertas, mostraban la sonrisa de un conejito que gozaba al máximo. Susana tenía un coño delicioso; sus jugos resbalaban por las ingles y las piernas. Los labios exteriores se abrían y cerraban al ritmo del propio placer, mostrando el camino que conduce a la zona más oscura que toda pinga bien formada quisiera recorrer. La mía estaba a punto de estallar.
    
    Los gemidos iban en aumento; la mano dejó de entrar y salir para coger el clítoris en una caricia frenética que la hizo gritar con ...
    ... ansiedad. El momento culminante se acercaba. Susana se movía sobre la silla abriendo y cerrando las piernas conforme el placer se lo pedía. La lengua se estiraba en su afán de llegar hasta el pezón que, erecto, amenazaba con traspasar el sostén y la blusa. El conjunto de lo que veía era alucinante. Senos firmes con pezones poderosos que pedían una caricia varonil; piernas duras que querían ser recorridas por unos dedos maestros en la ubicación de las zonas más sensibles; una lengua que deseaba ser mordida por un beso de pasión; un sexo que vibraba con el anuncio del final; una mujer ardiente que había encontrado en sus propias manos la forma de satisfacer sus apetitos inextinguibles.
    
    Susana se detuvo, lanzó un último gemido y un suspiro de placer. La mano apareció llena de jugos incitantes abandonando un coño enrojecido por las fuertes caricias recibidas. Los ojos se abrieron como volviendo a la realidad. Acomodó sus ropas y respiró profundo. Sin saberlo, me había dado una clase magistral. El teléfono de su oficina comenzó a timbrar y ella contestó con una ¡aló! que debió arrechar a la persona que llamaba. Yo me retiré a mi escritorio a meditar sobre lo que podría suceder. En otra ocasión les cuento cómo trabé con ella una ardiente relación. 
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