1. La profesora de filosofía.


    Fecha: 14/10/2017, Categorías: Intercambios Autor: Lotero, Fuente: CuentoRelatos

    Trabajo en una Universidad y mi oficina está junto a la de Susana, una profesora de Filosofía muy seria, con lentes de intelectual, pero con una mirada que hace notar su sensualidad. Generalmente usa faldas cortas, un poco amplias, que permiten ver sus muslos cuando camina y observar su braga, cuando se sienta. Nuestras oficinas están separadas por una pared con lunas; en la mía hay un librero sin fondo adosado a las lunas.
    
    Muchas veces la había sentido llegar a su oficina a trabajar. A veces me intrigan unos leves ruidos que procedían de su despacho, como suspiros tenues o gemidos apagados. Cuando eso ocurría la imaginaba pensativa, recordando alguna aventura o evocando a un amigo lejano. En otras, me parecía que esos gemidos eran de placer, y la imaginaba acariciándose los senos, con sus hermosos ojos semicerrados, con la lengua anhelante de chocar con otra para gozar. La imaginaba acariciándose el sexo, con las piernas juntas atrapando su mano para que llegue hasta lo más profundo de su gruta.
    
    Algunas veces, al verla avanzar por el pasillo en sentido contrario al mío, había notado a la altura de su entrepierna un insinuante bulto que me hacía pensar en una vulva grande, cubierta por una gran mata de vellos, deseosa de ser recorrida por una lengua hambrienta y anhelante de saciar la sed con los jugos que de ella se desprendían. Cuando eso ocurría, no podía evitar de tener una erección que ella, seguramente apreciaba.
    
    Una tarde necesité consultar un libro que ...
    ... estaba en la parte alta del librero. Subí la escalinata y retire el libro; al hacerlo, quedó a la vista el fondo del librero, y tras él la pared de lunas en la que faltaba un vidrio. Nunca me había percatado de la existencia de esa abertura.
    
    Ya iba a bajar, cuando sentí un jadeo que provenía de la oficina contigua. Observé por el agujero libre y lo que vi me dejó asombrado y casi paralizado. Susana estaba sentada en una silla junto a su escritorio. Podía ver su rostro encendido con los ojos cubiertos por los lentes que aumentaban la sensación de mujer sensual y el cerquillo que caía sobre su frente. El espectáculo era realmente de lujuria: una mujer hermosa, ardiente, intelectual, que dejaba en libertad sus instintos y daba rienda suelta a sus deseos más ardientes.
    
    Susana había subido su falda por encima de las rodillas dejando ver unos muslos firmes, bien formados, que invitaban a la caricia. Sus labios frescos, entreabiertos, mostraban una lengua roja, húmeda, con la que recorría sus labios mientras una de sus manos se hundía en el sexo cubierto por una braga blanca, pequeña, por la que asomaba una mata de vellos negros que sólo de verlos me excitaron. Debía llevar buen rato en esas caricias, pues parecía haber perdido el sentido del tiempo y del espacio. Sólo atendía a sus requerimientos sexuales y a una pasión aparentemente incontenible. Su sexo húmedo se transparentaba en esa braga diminuta, mojada por las eyaculaciones abundantes de una raja ansiosa de llegar al ...
«12»