1. Amigos de la niñez


    Fecha: 23/04/2024, Categorías: Hetero Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    ¡Joder! ¡Qué coño pinto yo en esta mierda de pueblo! ¡Si no hay ni cine! Así rumiaba mi desazón mientras deshacía la maleta. Resulta que mis padres se habían empeñado en hacer reformas en casa y tuvieron la genial idea de que mi madre y yo nos fuéramos quince días al pueblo. Mi padre se quedó en Madrid en casa de un amigo mientras los albañiles rehacían nuestra casa de arriba abajo. Ni siquiera era seguro que pudiéramos volver a los quince días. Ya se sabe lo que pasa con las obras.
    
    Repartí mis cosas en el armario y la mesilla gruñendo para mis adentros. Al menos, mi abuela me asignó la habitación en la que dormía de niña. Paredes gruesas pintadas de blanco, techo altísimo de vigas de madera con una ligera inclinación, cama grande, armario y una cómoda. Sobre la cómoda cubierta con el sempiterno tapete de ganchillo una única foto. En cuanto la cogí me asaltaron los recuerdos. La foto se hizo en la piscina del pueblo, en ella aparecíamos cuatro personas, dos chicos y dos chicas. Mi prima Montse y yo, Elviro y Salva.
    
    Desde que tengo memoria habíamos pasado los veranos en el pueblo. Mi madre y yo pasábamos casi tres meses en los que mi padre acudía los fines de semana. Era como se hacía antiguamente en España. La madre y los hijos se iban de “veraneo”, es decir, todo el verano, y el padre se quedaba trabajando en la ciudad de “Rodríguez”. Lo hicimos hasta que empezaron a ir bien las cosas económicamente y nos acostumbramos a veranear cada año en un sitio. Llevaba desde ...
    ... los catorce años sin pisar el pueblo, hacía seis años ya, y sin saber nada de los chicos. A mi prima la veía de higos a peras. A pesar de mi mal humor sonreí al ver la foto. “Los cuatro fantásticos”. Así nos llamábamos a nosotros mismos. Durante varios años coincidimos los cuatro y éramos inseparables. Montse y Elviro se criaron el pueblo. Salva y yo sólo íbamos en verano. Ahora prácticamente no quedaban chicos, la gente se había ido mudando a las grandes ciudades y solo vivían allí viejos. Como mi abuelita.
    
    Me tumbé boca abajo en la cama para quejarme de mi situación por WhatsApp a mis amigos, al menos tenía el derecho al pataleo. ¡No me jodas! No tenía cobertura. En la esquina de la pantalla aparecía un “2G” que no había visto en la vida. ¡No hay datos! Me embargó la furia. Me había hecho a la idea de no tener cerca un centro comercial, no poder ir al cine, no salir con mis amigas, no ver a Juan, un chico con el que estaba tonteando, pero no tener cobertura en el móvil superaba todos los inconvenientes imaginables. Salí hecha una fiera a buscar a mi madre para reprochárselo como si fuera culpa suya. Por suerte encontré antes a mi abuela. Mi abuela tenía ochenta y tantos años, era bajita y gordita con unos pechos enormes y, desde que enviudó, siempre vestía de negro.
    
    —¿Ya te has instalado, Rosa? — me preguntó con precaución al ver mi estado.
    
    —No hay cobertura — solté sin poder evitarlo.
    
    —Ya lo sé, cariño. Ten la contraseña del Wifi.
    
    —¿Tienes Wifi? — pregunté ...
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