1. Regalo sorpresa


    Fecha: 15/02/2024, Categorías: Fantasías Eróticas Autor: Diegogozon, Fuente: CuentoRelatos

    Ana María tenía 22 años y yo 40. Era hermosa. Delgada, casi de mi estatura, blanca, de ojos café claros. Se le adivinaban unas tetas grandes, firmes, paradas. No había reparado en ella porque no era estudiante mía. Pero ese día ella estaba con un grupo de mis estudiantes, por lo que me la presentaron. De inmediato me gustó. Y percibí que aquello era mutuo. Poco después quedamos solos, así que la invité a un café. Al despedirnos ya había cierta confianza y era claro que ambos queríamos que algo sucediera, como en efecto ocurrió. Pero esa es otra historia.
    
    Ya llevábamos algún tiempo teniendo sexo delicioso y hablando de lo que nos gustaba y nos gustaría. Ese día no fuimos a un motel sino que ella me invitó al apartamento de Adriana, una amiga que, me dijo, le había recomendado cuidarlo en su ausencia. Yo conocía de vista a la chica. Era muy hermosa. De menor estatura, tenía una tetas deliciosas, según se apreciaba y un culo redondo y firme. Así, que fui con la idea de que tendríamos la tranquilidad de un apartamento solo para los dos.
    
    Una vez allí, bebimos un par de copas de vino tinto cada uno. Después Ana María me pidió que me desnudara. No habíamos comenzado ninguna actividad sexual, solo estábamos hablando, así que me pareció extraño aunque excitante. Dudé un poco pero la determinación de ella me hizo obedecerle. Me desnudé un poco inhibido. Con una leve sonrisa en los labios, mostró su agrado y me hizo sentarme en el centro del amplio sillón. Luego fue por su ...
    ... bolso y trajo un grueso lazo de lana. Hizo un aro en un extremo y lo anudó a mi muñeca izquierda. Luego pasó el lazo detrás de la silla y anudó mi muñeca derecha. En ese momento mi respiración comenzaba a agitarse y mi verga comenzaba a abandonar su inhibición, aunque no de manera muy notoria. En ese momento yo ya estaba a merced de ella. No podía levantarme sin tener que arrastrar el sillón. Enseguida encendió dos lámparas situadas a los lados y apagó las luces del techo. Entonces comenzó a desnudarse. Mientras lo hacía, vi salir a Adriana. Mi sorpresa fue muy grande pero agradable. Ambas se desvistieron y se besaron apasionadamente mirándome por momentos. Tenía ante mí ese par de cuerpos hermosos, uno muy blanco, el otro apenas más oscuro. Y los tenía amándose. Veía sus manos masajear las tetas de la otra y apretar las nalgas carnosas. Unos segundos después eran las bocas, los labios, las lenguas, que besaban, chupaban y lamían las tetas mientras las manos buscaban los pliegues húmedos entre las piernas. Pero sus miradas no dejaban de volver hacia mí. Entretanto, mi verga había ganado tamaño. Habría querido tocarme, pajearme mientras observaba ese espectáculo. Pero me hallaba impedido de hacerlo. Eso causaba mayor excitación y fue así que mi verga terminó apuntando hacia ellas. Eso les causó una risa lúbrica.
    
    No siguieron en sus juegos. Me habría gustado que hubieran seguido en esa excavación mutua en medio de gemidos y contorsiones. Pero tenían otra cosa en mente y ya la ...
«123»