1. Como convencer a alguien de aquello que no desea


    Fecha: 03/11/2022, Categorías: Fantasías Eróticas Autor: fran menon, Fuente: CuentoRelatos

    Había caído la tarde de manera plomiza, una gruesa y rara capa de lluvia levantó todos los hábitos de vida aquel miércoles de mediodía. Las gentes iban y venían en el centro de Madrid envueltos de caos y prisas, era un ridículo espectáculo que Marina y yo mirábamos aburridamente desde la cafetería. Guardábamos silencio, yo tomaba un café doble con leche, era un café fuerte, café de máquina expreso, parecido al café Turco y en la forma que sólo lo preparan en España: Entre prisas, voces, sonidos de platos y cucharas desafinados, y vasos sucios con restos de manchas de carmín. Marina tomaba una copa de licor de Amaretto, de almendras amargas, observaba despistadamente la botella como quien quiere encontrar de nuevo el secreto de los frailes que destilaron su pequeño elixir, y yo a su lado abría y cerraba hojas del diario, intentaba encontrar una razón para que aquel día fuera un día normal y corriente.
    
    Había llegado el día, tenía todo el aire de los domingos por la tarde, de las fiestas, tenía ese toque especial de las celebraciones, y parte del secreto y el éxito estaba en mí, debía de disimular y aparentar cierta calma, cierto aburrimiento como parte del secreto.
    
    Vestía impecable, aunque lo hiciera a toda prisa y salida de la cama expulsada por un muelle, la misma camisa que le caía y el café que daba entre sorbos de precipitación la convertían en una mujer única, especial, maldiciendo entre mocasines a la carrera y los restos de su bolso como un naufragio esparcidos ...
    ... sobre la mesa.
    
    Esa tarde de lluvia en la cafetería llevaba curiosamente la misma falda corta de nuestra primera cita, una falda de algodón color crema, quizás fuera un mensaje, quizás también un buen presagio o quizás también solo pura casualidad porque con Marina nunca se sabía nada a ciencia cierta. Había pasado un año, !un año! tan deprisa, como pasa un tren de carga, con la velocidad del diablo, con el mismo viento también acariciando mi cara, un año de aquella primera cita en la que quizás nunca hubiéramos llegado a nada mientras bostezábamos un aburrido recital de poesías de la Cámara de Comercio.
    
    Nunca había entendido demasiado bien la necesidad que encontraban las personas de creer que sus lamentos, penas y desgracias resultaban atractivos a los oídos ajenos, aquel rapsoda leía versos de zumo de alma seca, de cuento de hadas disecadas, y no encuentro una explicación más lógica y acertada que el mismo olor de Marina, de aquella sensación que llenaba mi alma y me sacaba una erección, por la que mi mano se había acomodado en su asiento y junto a su cadera sin que hiciera el mínimo esfuerzo por librarse de ella.
    
    Era mi mano, una mano lasciva, casual, que aun podía huir si se incomodaba demasiado, mitad mano, mitad roce con su cadera, mitad deseo de rozar su pierna. Miré de soslayo su gesto y seguía siendo el mismo, solo que ya sabía de la existencia de mi mano entre sus bostezos y su cadera, entre la melodía de fondo de aquel poeta triste que cantaba odas a los ...
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