1. El herrero trompetista y su hermana


    Fecha: 01/02/2022, Categorías: Incesto Autor: Quique., Fuente: CuentoRelatos

    Moncho era un hombre moreno, de estatura mediana. Fuera el herrero del pueblo durante 40 inviernos, en primavera, verano y otoño tocaba la trompeta en una orquesta. Andaba en los setenta años. Después de zamparse un buen trozo de queso, dijo:
    
    -Cuando me ocurrió lo que os voy a contar tenía 25 años vivía en la aldea de Lugo donde nací y aún no era trompetista. Pasaba de las once de la noche. Estaba en la fragua y llegó Teresa, la mujer de José, el alcalde de barrios. Traía un hacha en la mano. Aquellas no eran horas de venir. Estaba buscando guerra. Yo estaba a pecho descubierto moldeando en el yunque una guadaña que me había encargado un vecino. Teresa, entró en la fragua, cerró la puerta, y me dijo:
    
    -José te iba a traer esta hacha para hacerle un nuevo filo, pero cómo se fue a la capital te la traigo yo.
    
    Teresa tenía 22 años, era morena, guapa y espigada. Sus ojos negros, sus grandes tetas, y su culo respingón traían locos a media aldea. Esa noche de verano traía puesto un vestido de flores blancas y rojas que le daba por las pantorrillas y unos zapatos negros de tacón plano.
    
    -Ponla encima de la mesa -dije mirándole para las tetas.
    
    Puso el hacha encima de la mesa y empezó a coquetear. Sonriendo, me preguntó:
    
    -¿Por qué me miras así?
    
    -Porque estás muy buena.
    
    -Pero ahora estoy casada y cada vez que me miras parece que me quieres comer.
    
    -Y quiero comerte.
    
    Se hizo la interesante.
    
    -Ya, ya. Yo no me ofrezco cómo hacen muchas.
    
    Me acerqué a ella, ...
    ... le cogí una mano, se la pasé por mi pecho sudado, se la llevé a la boca, y le dije:
    
    -Lame y sabrás a que sabe un hombre de verdad y no un viejo calandraca cómo tu marido.
    
    Giró la cabeza y me dijo:
    
    -Suéltame. No voy a lamer nada.
    
    Me lancé a por su boca. Se revolvió como una serpiente, hasta que mis labios se juntaron con los suyos... Eran los labios que había dejado para casarse con el viejo rico del pueblo, unos labios que tantas veces había besado y que yo sabía que había venido a recuperar por una noche. Después de besarla con lengua dejó de hacer el paripé. Lamió mi pecho sudado, me comió la boca con lujuria y me echó mano a la verga. Al sacarla y verla, exclamó:
    
    -¡Qué barbaridad!
    
    Fon, lo interrumpió, y le dijo:
    
    -Exageraciones, no, Ramón, además el polvo era con miembros de la familia.
    
    -Y lo es, y no exagero, Alfonso.
    
    Tucho (Toño) tampoco se tragaba lo de la verga.
    
    -Seguro que tienes una miñoca (lombriz) entre las piernas. Dime de que presumes y te diré de qué careces.
    
    Moncho, se levantó, bajó la bragueta, sacó la verga y la puso encima de la mesa. Estaba flácida, pero era cómo un salchichón, ¿Es una miñoca, Antonio?
    
    -¡Quita eso de encima de la mesa que estamos comiendo!
    
    -¿Sigo contando la historia?
    
    -Sigue -le dije yo.
    
    Moncho guardó la polla, se volvió a sentar y siguió hablando.
    
    -Teresa, con la polla cogida con las dos manos, me dijo:
    
    -En mil años que viviera no iba a ver una cosa igual -se quitó las bragas y las tiró al ...
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