1. Trabuco


    Fecha: 17/01/2022, Categorías: Anal Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    ... numerosos bucles y giros de las enaguas de seda blanca, tan complicadas que el bandolero las había tomado por un vestido al completo la primera vez que las vio, hasta que por fin se dio cuenta de que aquella marabunta era lo que las señoras de postín y parné, o sea las ricas, llamaban ropa interior.
    
    Los delicados calzones de encaje pedían a gritos ser bajados. Así fue. Pálidas y redondas, las pompas gemelas de carne blanca emergieron ante el bandolero como la luna llena que le alumbraba marcando la frecuencia de sus visitas. Trabuco descargó su manaza para azotar una nalga maciza, bien llena, como corresponde a las hembras que no tienen problema para encontrar qué llevarse a la boca, pero firme pese a todo.
    
    Como tenía dos manos y ella dos cachas, descargó la otra sobre la otra nalga y agarró ambas, separándolas. La entrada de la perdición, el pequeño ojo del diablo, le miró nervioso, parpadeando, balbuceando como las primeras palabras de un bebe travieso, boqueando como un pez fuera del agua ansioso por el líquido vital. Y de líquido vital y grumoso pensaba rellenarlo Trabuco.
    
    La prieta entrada se agitaba, se contraía y relajaba guiada por la experiencia. Bien recordaba Trabuco aquellas primeras ocasiones en que atravesó tal umbral, los gritos, la resistencia. Pero la moza había aprendido que el movimiento la ayudaba a relajarse en esos primeros y duros instantes; había aprendido a no cerrarse a lo inevitable.
    
    Aflojándose los pantalones, el bandolero sacó el ...
    ... arma, el cañón grueso, pesado y venoso que le había dado renombre entre gitanas, payas, francesas, portuguesas y moras a ambos lados de Despeñaperros. Escupió para darle lustre y también bautizó el tajo abierto entre las rotundas nalgas, por cortesía con la dama y porque le gustaba ver su saliva resbalar despacito formando río entre aquellas duras montañas nevadas de carne de hembra aristócrata y acumularse en el borde irregular y palpitante de la entrada trasera, que lo iba succionando al ritmo de las bocanadas de la cálida abertura del pozo de los deseos.
    
    Volvió a escupir, porque era de condición humilde y, por tanto, de espíritu generoso, especialmente cuando se trataba de damas nobles y de su esputo. Ayudó a la señorita a rellenarse y para ello usó el mismo dedo que usaba para indicar a sus hombres quién debía morir durante un asalto. Ella se quedó rígida un instante, pero se dejó hacer, sabedora por experiencia de que cualquier cosa que le entrase por detrás para ir abriendo camino sería de ayuda ante el apodo del bandolero.
    
    Hurgando bien, marcando el recorrido, dentro y fuera, con la calma y tranquilidad que da la costumbre, logró los primeros quejidos sordos para acompañar las incursiones de su dedo en las entrañas de la moza.
    
    —Hoy os encuentro bien cálida, mademuaselle. Va a ser un rato estupendo.
    
    Trabuco era de los que alababa con facilidad, porque es bien sabido que la hembra aprecia al macho que aprecia su candor… y su estrechez. Pero aquella muchacha, sin ...
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