1. La muerta de la curva


    Fecha: 16/12/2020, Categorías: Dominación / BDSM Autor: Quique., Fuente: CuentoRelatos

    Era una noche estrellada de verano de 2013. Eduardo iba conduciendo su Mercedes Benz Clase E Coupé por una carretera secundaria de Galicia. A los lados de la carretera proyectaban sombras los eucaliptos y los pinos. En una curva sus luces largas iluminaron a una muchacha vestida con una minifalda, un top y unas botas de caña alta, la ropa y las botas eran de color blanco. La chica estaba haciendo autostop en medio de la nada. A Eduardo le vino a la cabeza la leyenda de la muerta de la curva.
    
    Eduardo, era un joyero, cuarentón, moreno, bajo de estatura, regordete, feote, casado y con tres hijos, dos niñas y un niño.
    
    Decidió ayudar a aquella desvalida, que probablemente había sido abandonada a su suerte por algún desgraciado. Paró el auto un poco más adelante. La chica llegó a su lado, Eduardo, abrió la ventanilla. La chica, le preguntó:
    
    -¿Puede llevarme?
    
    -Sube.
    
    La muchacha tenía el cabello rubio y largo. Andaría en los 20 años, tenía los ojos negros y un cuerpazo. Después de Sentarse en el asiento y poner su bolso blanco sobre el salpicadero, le dijo:
    
    -Gracias.
    
    -De nada. ¿Qué te pasó para acabar aquí?
    
    La muchacha, sonriendo, le dijo esa frase que se usa tanto en las películas de acción:
    
    -Si te lo digo que tendría que matar.
    
    Eduardo, se sobresaltó.
    
    -¡¿No serás la muerta de la curva?!
    
    -Soy. Una vez al año tengo permiso para dar un paseo.
    
    Eduardo estaba cagadito.
    
    -Bromeas.
    
    -Claro que bromeo.
    
    -Si fueras la muerta, la leyenda dice que ...
    ... ahora vas a desaparecer.
    
    La muchacha le echó mano a la cremallera, le sacó la polla y le preguntó:
    
    -¿Me pagarías 50 euros por el servicio?
    
    -Cuenta con ellos.
    
    Eduardo paró el coche, apagó las luces de carretera, encendió la luz del techo, y reclinó el asiento de la rubia. La muchacha quedó con las bragas al aire. Sus piernas eran largas y moldeadas. Le quitó las bragas blancas y le levantó el top. Unas tetas medianas, redondas y duras quedaron al descubierto. Se quitó la camisa. Buscó los labios de la muchacha, que lo recibió echando los brazos a su cuello. Al besarla, Eduardo, se puso perro, perro, perro. Pasó de aquellas deliciosas tetas y metió su cabeza entre las piernas. La muchacha estaba húmeda. Le comió el coño, que tenía un sabor entre salado y agrio... Sabor a limón con unas arenitas de sal.
    
    La muchacha, con aquella lengua experta follando su vagina, lamiendo sus labios y lamiendo y chupado su clítoris, no tardó en correrse.
    
    -Me voy a correr y aún no sé tu nombre.
    
    -Me llamo Eduardo, pero todos me conocen por el Joyero.
    
    -¡Me voy a correr en tu boca, Eduardo!
    
    -¡Córrete, bonita córrete!
    
    La rubia, haciendo un arco con su cuerpo, exclamó:
    
    -¡¡Me cooorro!!
    
    La muchacha, moviendo la pelvis de abajo a arriba y de arriba a abajo, sacudiéndose y gimiendo, le llenó la boca de jugos al Joyero.
    
    Al acabar, fue Eduardo el que se echó en el sillón y la muchacha la que subió encima de él.
    
    Cuando la joven cogió la polla y la metió, en el coño, ...
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