1. Hanna Müller


    Fecha: 01/10/2020, Categorías: Hetero Autor: Barquidas, Fuente: CuentoRelatos

    ... más todo tipo de bebida alcohólica con que se topaban. Hasta llegaron a arrancar farolas, ni se sabe para qué, pues, aparte de todo, eran inservibles al no haber electricidad en toda la ciudad. También marcos de puertas y ventanas y muebles de viviendas particulares, por no hablar de las joyas u obras de algo parecido al arte que en tales domicilios hallaran.
    
    Pero el que no dispararan a diestro y siniestro sobre cuanto se moviera tampoco significa que no recurrieran los vencedores a la violencia. Una violencia no dirigida, precisamente, a los hombres, pues a ellos normalmente no les molestaban; ni les miraban, como aquél que dice, “pasando” de ellos olímpicamente: los despreciaban más que ninguna otra cosa; eran los vencidos por ellos; los seres inferiores, que ni el desprecio merecían.
    
    La violencia se dirigió en exclusiva hacia las mujeres: Eran su personal “botín de guerra”. Como lobos hambrientos caían sobre toda falda que encontraban en su camino, indiferenciando edad y condición, pues lo mismo les daba que fueran más bien jóvenes y bonitas que menos jóvenes y nada bonitas; igual les daba que estuvieran entre los diecisiete-dieciocho años como en los veinte y los que fueran, treinta y pocos o muchos, cuarenta, cincuenta o sesenta y hasta setenta o si apenas alcanzaban los diez o doce años. Eran hembras humanas, con su escondido “tesorito”, más o menos intacto, y eso les bastaba.
    
    Pero es que tampoco era que se echara sobre cada mujer uno o dos hombres, ni que se ...
    ... contentaran con violentarla una sola vez y basta; no; nada de eso. Solían ser varios sobre una misma y cola mujer, cinco, seis, ocho; a veces hasta diez o más que, pacientemente esperaban su “turno” y, si no tenían bastante con una sola vez, pues nada; a la “cola” otra vez y a esperar el turno siguiente.
    
    Eso, siempre que cualquier fémina se atrevía a salir a la calle, pero es que si, precavidas, se quedaban en casa, tampoco estaban a salvo del sexual asalto “a la bayoneta”, pues por las noches, cuando menos podían esperárselo, una patada en la puerta era el preludio que precedía al asalto de un nutrido pelotón de “valientes” guerreros de las estepas rusas, europeas o asiáticas, que de inmediato procedían a encerrar en un cuarto a los hombres que en la casa hubieren, pues con ellos nada iba, y se llevaban a las mujeres, tuvieran la edad que tuvieran, a las habitaciones con camas más o menos mullidas. Cuando por fin quedaban ahítos de “asaltos”, tranquilamente abandonaban la vivienda. Incluso, en tales casos, había algún que otro “asaltante” que se sentía generoso o, tal vez, agradecido a las “atenciones” recibidas y dejaba tras de sí, como olvidado, algún paquete de tabaco más que mediado y arrugado o alguna “chuchería” que poderse llevar al estómago y calmar algo el hambre canina que, generalmente, la pobre población berlinesa padecía.
    
    Lo del “aquí te pillo, aquí te violo” más bien que no duró tanto, pues a los diez-doce/quince días se dulcificó algo, haciéndose un poco ...
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