1. Incesto forzado


    Fecha: 05/04/2020, Categorías: Intercambios Autor: Gabriel B, Fuente: CuentoRelatos

    Ya se hizo de noche. Ella está en la otra habitación, durmiendo. Ya no aguanto más, la conozco desde chica, es mi propia sangre. No sé cuándo mis sentimientos hacia ella empezaron a distorsionarse, y a corromperse. Probablemente fue desde que empezaron a crecerles las tetas, o desde que sus caderas fueron encurvando su cuerpo. Recuerdo que antes me despertaba a los gritos para que la acompañe al baño, porque tenía miedo a la oscuridad, y sin darme cuenta, de un día para otro, ya iba sola, cruzándose en el pasillo conmigo, con una bombachita y una remera diminuta como única prenda. ¿Habrá notado alguna vez mis miradas lascivas? ¿O mis erecciones? Cuando venía de la escuela con su uniforme de colegiala, con esas polleritas tableadas achicadas, me volvía loco. Y cuando jugábamos a la luchita, en un supuesto entretenimiento infantil, considerando la edad que ya teníamos, el contacto con su cuerpo me excitaba enfermizamente. Y lo peor era cuando compartíamos la pileta del fondo de casa, y nadábamos juntos, y nuestros cuerpos se rozaban bajo el agua.
    
    Ya no puedo más. Tengo que verla dormir. Siempre está semidesnuda, con las sábanas a un costado, mostrando toda su voluptuosidad. Era una nena con cuerpo de vedette. ¿De dónde había sacado tanto culo, y tantas tetas? El trasero era enorme, pero sin ser grotesco, era de esos culos que uno, apenas los veía, sentía el impulso de penetrar. Y su carita redonda de ojos verdes eran de una ternura que contrastaban violentamente con la ...
    ... lujuria que despertaba su cuerpo.
    
    Papá y mamá habían dejado de hacer ruido hace rato, y todavía faltaba mucho para el amanecer. Salgo de mi habitación, pisando despacio, con los pies descalzos. Abro la puerta que rechina apenas. No percibo movimientos en las otras habitaciones, así que sigo caminando. Cruzo el pasillo oscuro, tanteando con manos y pies a cada paso que doy, por si hay algo fuera de lugar con lo que me pueda tropezar. Llego a su cuarto. Muevo el picaporte, y empujo la puerta. Esta hace un sonido apenas perceptible. Meto la cabeza, y compruebo que está durmiendo.
    
    Siempre tiene una luz encendida. Me gusta pensar que la deja así para que yo pueda verla. Pero lo cierto es que se trata de una costumbre que le quedó de chica, de cuando le tenía miedo a la oscuridad. Pero daba lo mismo, gracias a eso no tenía que temer despertarla al encender alguna luz. Estaba en la misma pose que casi todas las noches: boca abajo, con la pierna derecha flexionada, y la izquierda estirada. La cara de nena inocente hundida en la almohada. Sólo llevaba una bombacha blanca, con dibujitos de corazones azules y rojos, y una remera blanca, que vestía a los trece años, y que ahora le quedaba apretadísima. No podía estar más hermosa.
    
    Entré y cerré la puerta. Un leve movimiento en el pecho me indicaba que estaba dormida. Me quedo un rato, mirándola, emborrachándome con su belleza. Y después de unos minutos me animo a tocarla. Siempre lo hago, pero, aun así, cada vez que entro a la ...
«123»