1. PARAISO PARA TRES


    Fecha: 23/12/2019, Categorías: Incesto Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    PARAÍSO PARA TRES
    
    JONÁS
    
    Recuerdo muy bien cómo empezó todo. Era una tarde de verano. Nuestra madre estaba en la piscina municipal y yo repantigado en el sofá pasaba aburrido los canales de televisión sin encontrar nada que me interesase. Mi hermana, Silvia, trasteaba en su habitación con el ordenador, chateando con su grupo de amigos. De vez en cuando me llegaba su voz alterada que indicaba por su tono que estaba enfadada con alguien. Ella usaba unos auriculares con micro para mantener conversaciones con su grupo y se aislaba de cuanto sucedía a su alrededor, incluso de las insistentes llamadas de mi madre a la hora de la comida, lo cual provocaba no pocas discusiones entre ellas porque a mi madre le ponía de muy mal humor que se aislase por completo. Ese aislamiento hacía que no se diese cuenta del volumen real de su voz y a veces nos sorprendía con sus conversaciones que parecían dirigidas a una persona sorda. Pero aquel día el volumen de su voz no era debido al uso de los auriculares, sino a un enfado real que se manifestaba en tono creciente hasta que súbitamente terminó en algo que no entendí bien pero que me sonó a insulto. Un portazo y unos pasos enérgicos que llegaban de su habitación al salón donde yo estaba anunciaban la llegada de una tormenta de mal humor. Irrumpió en el salón y en lugar de un rostro de ira me mostró un conmovedor aire de desamparo al tiempo que irrumpía en llanto. Sin decir palabra se sentó a mi lado y ante mis preguntas empezó a balbucear ...
    ... algo que no llegué a entender pero que reclamaba un alivio inmediato en forma de mimos.
    
    Silvia y yo siempre nos hemos llevado muy bien. Tal vez por nuestra diferencia de edad, yo tengo veintidós años y ella dieciocho nunca hemos sentido la rivalidad natural que se da entre la mayoría de hermanos, entre otras cosas porque ella siempre ha sido muy infantil. Al contrario, yo siempre la he mimado y protegido y ella siempre me ha admirado y ha depositado en mí toda su confianza. Así pues, no era aquella la primera vez que me abría su alma para contarme sus problemas. Mientras seguía balbuceando algo que no llegaba a entender, yo acariciaba su espalda dándole palmaditas como hacía cuando era una niña a la que le gustaba sentarse en mi regazo llamándome “tete”. Ella, como si necesitase sentir mejor el alivio que yo intentaba darle, tal vez se sintió niña de nuevo y se sentó como entonces en mi regazo y enterró su rostro mojado de lágrimas en mi pecho.
    
    De pronto algo despertó en mi mente. Abriéndose paso entre las oleadas de ternura que su llanto me inspiraba, aparecía una sensación nueva que no supe identificar, afortunadamente, porque si me hubiera dado cuenta entonces, no habría permitido que se materializase y no habría entrado en el paraíso en el que vivo desde aquel día.
    
    Mis caricias empezaron a percibir que aquel cuerpo que se estremecía entre hipidos era ya el cuerpo de una mujer, un cuerpo cálido y voluptuoso que se apretaba contra el mío buscando un alivio que no ...
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