1. Una juventud madura (V): Ojos que solo ven lo que el corazón siente


    Fecha: 05/12/2019, Categorías: Confesiones Autor: jtvalverde, Fuente: CuentoRelatos

    Habían pasado semanas de lo sucedido con David, pero aun lo recordaba como si fuera ayer. Cada noche antes de irme a la cama, cerraba la puerta de mi habitación, entraba en mi baño, ponía la bañera con agua caliente y desprendiéndome de todas mis prendas me metía en ella. Cerraba los ojos pensando en David, sus caricias, sus abdominales, sus piernas, sus nalgas… Agarraba mi pene y frotaba arriba y abajo imaginándome que mi mano eran las nalgas de él. Respiraba apresuradamente al mismo tiempo que movía toda mi parte inferior arriba y abajo haciendo que el agua de la bañera chocara contra mis nalgas haciendo plancha con ellas y haciéndome cosquilleo en la parte inferior del ano hasta que finalmente acababa eyaculando sobre mi torso con un gemido, pero corto y suave para que mis padres no pudieran oírlo.
    
    Iban pasando las semanas cada vez más deprisa gracias a lo bien que lo pasaba por las mañanas. Unos días quedábamos los amigos de clase para ir a la playa, otro día para ir al cine y así dediqué gran parte del verano divirtiéndome y entreteniéndome. Día tras día iba olvidando un poco más a David y me centraba más en lo que debería hacer un niño de mi edad.
    
    Llegó el día de mi cumpleaños y como es de esperar los regalos de la familia. Gran parte de ellos eran como siempre dinero y alguna tontería para acompañarlo como una postal de ¡¡¡FELIZ CUMPLEAÑOS!!! o algo parecido, pero mis abuelos decidieron cambiar un poco la monotonía de estos y decidieron regalarme algo ...
    ... diferente.
    
    Me dieron una cajita con un lazo. Lo abrí quitando todo el envoltorio y en su interior había un papelito que ponía “campamento internacional en Ibiza”. Mis ojos brillaron con intensidad. Nunca había ido de campamento y menos de viaje sólo, sería una experiencia nueva que me entusiasmaba fervientemente.
    
    Todo marchaba como era de esperar, incluso el típico paripé al que nos someten los padres siempre a la hora de hacer las maletas y a la hora de salir por la puerta.
    
    -¿Has metido los calzoncillos? ¿y el bañador? ¿Has desenchufado todo lo de tu habitación? ¿Has hecho pis? ¿Has metido el neceser? ...- preguntaba una tras otra mi madre como un maldito interrogatorio.
    
    Y el trayecto en coche hasta el aeropuerto tampoco no iba a ser muy diferente a lo esperado:
    
    -Id con cuidado a golpearos cuando os tiréis desde las rocas, piensa a ponerte crema solar, si te encontrases mal díselo a tu monitor, por cualquier cosa llámanos, pásalo genial, te llamaremos cada día a la hora de cenar…
    
    Vamos, el típico sermón que echan todas las madres cuando sus hijos se alejan de ellas. Y que todos asentimos para dar más confianza y tranquilidad con la intención de que este acabe rápido.
    
    Ya sentado en el asiento del avión respiraba la tensión que produce estar por primera vez solo en un lugar, sin la vigilancia de los padres que en ocasiones no te dejan ni respirar, una tensión que se convertía en un sabor metálico en la boca que ni con goma de mascar se iba. El embarque había sido ...
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