1. Aventura en Navidad


    Fecha: 22/06/2017, Categorías: Bisexuales Autor: Safo_Nita, Fuente: CuentoRelatos

    ... la primera en dejar la caja. Sujetaba tres bolsas en cada mano. Caminaba despacio, en precario equilibrio. Mi primera reacción fue la de virar en redondo y escapar por la salida opuesta. Estaba a tres metros de mí cuando se le escurrió una de las bolsas y cayó a sus pies. Nunca sabré por qué lo hice, por qué mi cortesía y mi interés se impusieron a la prudencia. El caso es que me acerqué a socorrerla, queriendo darme aires de cortés cuando aún tenía caliente el recuerdo del primer roce.
    
    –Gracias –dijo con una mueca de amargura o de pesar.
    
    –Quiere que le eche una mano –me ofrecí. Supuse que tendría el coche cerca o que tomaría el metro o un taxi.
    
    –Te lo agradezco –sonrió–. Vivo aquí cerca. ¿Te apetece un café?
    
    –Oh, no me gusta el café –respondí, como un idiota. ¡Qué vergüenza! A mi edad ya debería ser capaz de captar segundas intenciones o intuirlas.
    
    –Puedo prepararte otra cosa –insistió.
    
    Su generosidad, o puede que su desesperación, me ofrecía una segunda oportunidad. O lo tomaba o lo dejaba. Después de lo que había sucedido, esa invitación sólo podía tener un propósito. Pero mi ingenuidad a menudo rayaba lo trágico. Dije sí sin pensarlo, por ciego impulso, porque de otro modo habría dicho no. Yo, encamado con una desconocida que me sacaba al menos quince años, o puede que veinte. Imposible. Me habría marchado con la moral incólume. En cambio, cedí a la tentación. La seguí temblando de miedo y de excitación, directo al matadero o al paraíso. Lo que ...
    ... fuera.
    
    Cruzamos la gran vía en silencio. La señora iba delante, con pasos cortos y rápidos. Yo la perseguía como si fuera su perrito faldero. Aún podía huir a la carrera. Sólo tenía que arrojar sus dos bolsas al suelo. Sin embargo, mis piernas no me obedecían, y el resto del cuerpo tampoco.
    
    A los pocos minutos llegamos a un portal acristalado. Abrió la puerta con sus llaves. La tensión, la mía, iba en aumento. Tenía la espalda cubierta de una fina película de sudor. El corazón me latía desbocado. En el ascensor no dijo nada. Mantuvo el mismo rictus inexpresivo, distante. Me pareció que se rebullía dentro de su ropa, como si tuviera ganas de orinar. Sospeché que estaba tan nerviosa como yo, o quizás más.
    
    Su piso era el séptimo, B. Nada más entrar dejamos todo en la cocina. Tras quitarse el sombrero, su media melena rubia, sin brillo, flotó sobre sus hombros. Nos miramos a los ojos. En los suyos había deseo, en los míos un frío mortal. ¿Cómo empezar? Lo decidió ella. Se pegó a mí y me agarró por la cintura. Entonces la vi sonreír con naturalidad. Era una sonrisa amplia, cálida, liberada. Apreté sus nalgas, grandes, espesas, acogedoras. Juntamos los labios, y me introdujo toda su lengua hasta la glotis. Estaba desatada, hambrienta, y supongo que harta de preliminares y juegos.
    
    –Fóllame toda entera. Hasta que te hartes.
    
    –Haré lo que pueda –musité con timidez.
    
    –No seas modesto–. Me llevó de la mano hasta su dormitorio.
    
    Enseguida se quitó el plumífero rosa, y la blusa. ...
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