1. Un chico lindo, demasiado lindo


    Fecha: 22/06/2017, Categorías: Incesto Autor: señoreduardo, Fuente: CuentoRelatos

    Don Benito no le quitaba los ojos de encima y cada vez que se cruzaban, si el jovencito giraba un poco la cabeza, lo sorprendía siempre mirándole la cola.
    
    Era un chico de cabello castaño, espeso y enrulado; grandes ojos oscuros, facciones delicadas y un cuerpo delgadito y esbelto de largas y suaves curvas casi femeninas: cintura alta y estrecha que realzaba la comba leve y armoniosa de las caderas; cola empinada, de nalguitas redondas, carnosas y firmes; piernas de rodillas finas y muslos largos, mórbidos, bien torneados y cubiertos por una suave pelusita apenas perceptible sobre la piel clara y tersa. Su “admirador” andaba por los 75 años. Era nacido en Galicia y estaba jubilado como albañil. Su mujer, doña Pilar, había fallecido poco tiempo antes. Don Benito era de baja estatura, calvo y con un rostro de facciones ratoniles: larga nariz y barbilla escasa.
    
    Pero ese viejo no era el único al que el chico llamaba la atención. También la dueña de casa, una solterona de sesenta y seis años a la que todos llamaban, ridículamente, señorita Rosa, había empezado a mirarlo de forma rara e inquietante.
    
    El chico entendía al viejo: estaba caliente y quería cogerlo, pero ¿y la vieja? ¿qué podía querer de él?
    
    El chico siempre le había tenido un poco de miedo. Le veía cara de bruja, con su pelo canoso peinado con rodete y su cara redonda, sus orejas grandes y salientes y su nariz ganchuda. Su temor de ella aumentó, claro, desde el momento en que comenzó a comérselo con los ojos ...
    ... y a llamarlo “bomboncito”, “precioso”, “cosita rica” y otras “lindezas” por el estilo.
    
    ¿Y qué podían querer de él Ermelinda y Pola? Eran dos viejas que vivían en la cuadra y que casi todas las noches se juntaban a charlar en la puerta de la casa de Ermelinda.
    
    El chico las veía allí cuando por la noche volvía de dar una vuelta por la avenida del barrio. Al pasar junto a ellas se daba cuenta de que interrumpían la conversación y lo miraban. Sentía esos ojos envolviéndolo en una especie de viscosidad que lo perturbaba.
    
    Cierta noche en que el chico volvía de su acostumbrado paseo las dos le cerraron el paso entre risitas.
    
    No atinó a otra cosa que balbucear un buenas noches y trató de esquivarlas, pero ellas se lo impidieron con rudeza. Lo pusieron contra la pared y Ermelinda dijo mientras entre ambas lo sujetaban de los brazos:
    
    -Mirá, Pola, mirá lo que es este culito. –y le apoyó una mano en las nalgas para comenzar a estrujarlas entre sus dedos.
    
    -¡Tocalo, Pola! ¡Qué carnes duras tiene! –Pola lo tocó y estuvieron manoseándolo durante un rato. El chico sentía las respiraciones agitadas en su nuca y oía sus frases obscenas y humillantes:
    
    -Sos una nena de tan lindo…
    
    -¡No tener una buena pija para metértela en este culo!
    
    El chico no podía más de la angustia y el miedo y suplicaba que lo dejaran ir.
    
    De pronto Ermelinda le dio un chirlo cuya fuerza aminoró el jean y dijo:
    
    -Para eso está hecho este culito, ricura, para ser nalgueado. –y repitió el golpe. ...
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