1. Carnaval caliente


    Fecha: 05/03/2024, Categorías: Hetero Autor: garompa, Fuente: RelatosEróticos

    La mujer ya había recorrido su camino. Estaba sola, nunca llegué a saber si era viuda, divorciada o qué pero, pese a sus sesenta y tantos, olía a hembra en celo.
    
    Por tradición de pensionistas anteriores, todos la llamábamos "la patrona".
    
    Era pícara la veterana. Tenía unos pechos que reventaban en corpiños siempre dos números mas chicos del que les era necesario. Forma de pera tenían. Esos que son mas angostos arriba y cuando caen parecen
    
    bellotas maduras.
    
    Y el traste?
    
    Dios mío, que culo!!!. Eran dos melones que se sacudían cuando caminaba, con una redondez y turgencia increíble para los años que mostraba su rostro, ajado con una sombra de bigote enmarcando sus labios. Sus piernas lucían tan peludas como sus sobacos, pero muy bien torneadas y de piel tersa, no como su rostro. Se le enterraba una tanguita entre las dos nalgas, visible debido a la "mini" de nylon que vestía con naturalidad.
    
    Yo imaginaba su sexo, bien colorado y anhelante, rodeado por una mata de vello de rizos entrelazados. tan tupido como para peinarlo y extenderlo hasta su agujero negro.
    
    Los pensionistas éramos estudiantes, varones en la veintena y, para que negarlo, todos fantaseábamos. Se imaginan con que.
    
    Lo peor del caso es que no nos daba ni la hora, excepto para saludarnos con cortesía y cocinarnos
    
    un menú que ella elegía cada día. Cuando nos servía la comida, la patrona sabía como hacer descansar sus enormes tetas sobre nuestros hombros y refregarlas en ellos, lo que a mí ...
    ... me
    
    excitaba a morir, cosa que traté de hacerle notar en más de un almuerzo corriendo mi silla para atrás, dejándole entrever la carpa que
    
    formaba mi picha erguida contra mi bragueta..
    
    Los sábados, después del mediodía, se iba y no volvía hasta
    
    la madrugada del lunes. Yo sabía, por chimentos de otros pensionistas, que los fines de semana se ocupaba de una sobrina que vivía en un internado de la ciudad y a la que dejaban salir esos días bajo su guarda. Chimentaban que la había dejado allí su hermana viuda, dado que se le había insinuado a su actual esposo y no la quería cerca de él y
    
    de sus pequeños hermanastros.
    
    Sin darnos cuenta, teníamos el Carnaval encima.
    
    Ese fin de semana yo, chinchudo, era el único que había quedado en la pensión. Todos los inquilinos ya se habían ido para sus casas o, los más, a Montevideo a ver la Justa de Murgas y, para terminar la juerga, a los prostíbulos que, a pesar de ser febrero, en esos días hacían su agosto.
    
    El domingo me acababa de despertar cuando sonó el teléfono. Era la patrona.
    
    -Hola, Walter, buen día, te desperté?
    
    -No, patrona, ya estaba cebándome un mate. Pasa algo?
    
    -Mirá, ibamos a ir con mi sobrina hasta Carrasco, pero ella está...bueno vos sabés, y se le metió que hace mucho calor. No quiere caminar. Bueno, en realidad no quiere nada. Quiere que la lleve a casa, ¿te molesta?
    
    -Pero, patrona, la casa es suya. ¿Que pregunta me hace? Yo igual pensaba ir a la ciudad vieja, para conversar con los turistas que ...
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