1. El espartano


    Fecha: 09/11/2023, Categorías: Anal Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    Piedra y mármol, piedra y mármol… Todo en ésta maldita ciudad es piedra y mármol. Y guerra. No podemos olvidarnos de la guerra. Si no fuera por ella, Esparta no pasaría de ser una ciudad mediocre en un mundo demasiado grande para sus aires de imperio. Ésa es la principal exportación de Esparta. Guerra. Y nosotros, los espartanos, somos lacayos de la Guerra, hijos de Ares, mercaderes de la Muerte. Todo eso somos y un poco más. Nuestra vida es la Guerra. Nuestra muerte, seguramente, también.
    
    Afortunadamente, hasta nuevo aviso, estamos en paz con el resto del mundo. Hemos conseguido buenos tratados con Megara, Corinto y Creta; Atenas nos mira con una muestra de recelo, respeto y temor, y con ella, toda la Liga de Delos. En toda Grecia, la simple mención de Esparta arranca escalofríos al más valiente. Desde Iberia a Asia Menor, desde Ampurias a Troya, la sombra de la guerra cubre con tétrica figura el mapa del mundo conocido. Y en medio de esa sombra, escrito en grandes letras rojas, un nombre: Esparta.
    
    Por la noche, las calles de Esparta son como cabría esperar. Oscuras y solitarias. Una vieja puta ofrece su cuerpo marchito a todo aquél que pueda y quiera pagar una miseria por desahogo. La antorcha cuyo fuego soporta estoicamente el envite del frío viento que viene de las altas tierras del norte, ilumina débilmente las curvas de la fulana, demostrando que tampoco tiene nada bueno para ofrecerme. Prefiero a Laís.
    
    ¡Laís, oh Laís!… Mientras mis pasos reverberan en las ...
    ... paredes de piedra y mármol, siempre piedra y mármol, voy recordando el cuerpo de mi prometida. Laís… Hasta su nombre deja un sabor dulce en los labios cuando se pronuncia. Laís... letras que juegan con la lengua... lengua que juega con la lengua... ¡Porque cómo besa Laís! Es como besar a la mismísima diosa Afrodita. Si no fuera por el recuerdo de sus besos, no podría aguantar estas largas noches de vigilancia por las duras calles, cuyo ambiente invita a todo menos a permanecer en ellas y, mucho menos, a transitarlas.
    
    Siempre me sorprende el alba pensando en el cuerpo de Laís. Como ahora. El carro de Helios se eleva sobre las islas Cícladas desparramando sus rayos luminosos por las calles de la ciudad. La luz del sol golpea y se refleja en mi armadura, estampando una danza lumínica en la pared de una de esas malditas casas de piedra y mármol. Acompañando a la noche, mi turno muere con la mañana. Es hora de volver al puesto de guardia, dormir, y luego, con suerte, verme con Laís.
    
    - Ya era hora de que volvieras, Eutias.- La voz delirante y ronca de Andrómaco llena el puesto en cuanto entro.
    
    - ¿A qué viene esa prisa? ¿Tenías ganas de verme?- Me río sonoramente imaginándome a Andrómaco loco por mis huesos.
    
    - Tienes visita, idiota. La he mandado a tu habitación, allí te estará esperando.
    
    Mi risa muere apuñalada por la sorpresa. ¿Una visita? "La he mandado..." Una mujer. Una mujer visitándome...
    
    - ¿Laís?
    
    - Sí, sí, eso era. Ése era el nombre que me ha dicho. Hará una ...
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