1. Gracias Fernanda


    Fecha: 27/09/2018, Categorías: No Consentido Autor: FernandaAbril, Fuente: CuentoRelatos

    La colonia donde alquilé casa era muy tranquila y por las noches, después de las 10 era casi solitaria. Era casi un ritual para mí, que antes de llegar siempre me las ingeniaba para enfundarme mallas, blusa y zapatillas tipo bailarina. Me emocionaba. Aunque lo hacía con precaución me excitaba la idea de que alguien me sorprendiera. Y eso sucedió finalmente una noche de lluvia, porque sin percatarme, dos vecinos ya me habían estado espiando. Supongo que el alcohol, la tormenta y el rechazo de sus señoras gordas y desaliñadas, los pusieron libidinosos, y vieron en un joven andrógino, la ocasión para desahogar su necesidad de cariño. Así que me esperaron pacientemente junto a las escaleras a media luz, junto a la puerta de mi departamento, para cerciorarse de que yo era "la mujer" que cada noche se bajaba del auto y, por supuesto, para satisfacer sus necesidades de machos.
    
    Me fui de la casa paterna a los 18, para no dar motivos de escándalo. Me daba miedo ser obvio en mis inclinaciones, por eso de día vestía como hombre y de noche, como travesti. Me favorecía mi aspecto porque que desde adolescente me acostumbré a depilarme y cuidar mi piel para sentirla sedosa. Aún vestido de hombre siempre usé corpiño para mis pequeños pechos y bikinis ajustados para esconder mi cosa. En ocasiones me enfundaba “hilo”, pantimedias y, por supuesto, mi inseparable kótex.
    
    Me vine a esta ciudad porque en la mía, no aguanté el bulling. Acá me sentí libre. Conseguí trabajo como dibujante y ...
    ... ganaba lo bastante para vivir con comodidad. En el estudio donde laboré, mis compañeros me trataban con simpatía y, aunque eran pícaros, me divertían.
    
    Todos me animaban a que saliera del closet y me presentara a trabajar como Fernanda.
    
    ¡Qué más hubiera deseado! Pero el jefe era un tanto homofóbico y se opuso. Yo tuve que retraerme para conservar mi empleo.
    
    Aunque me advirtieron que no lo hiciera, salí ocasionalmente con un compañero. Me ilusionó tener una relación sentimental, pero fue mala idea. Con Javier pasé tardes lindas de domingo comiendo en parques, caminando por Paseo de Reforma y yendo al cine. Me disfrutó bastante porque me llevaba a la última fila para darse gusto. Le divertía meter su pene erecto en la caja de las palomitas y ofrecerme. Le seguía el juego y lo tocaba cada que metía la mano. Muchas veces me las comí bañadas del aderezo que botaba su miembro. Deliciosas.
    
    Le gustaba mi actitud sumisa y dócil. Manipulaba mi mano a su antojo y cuando me dejaba la iniciativa, yo lo frotaba con ternura o ansiedad, hasta que su semen caliente saltaba con fuerza y me salpicaba la cara. Me gustaba ver cómo se reclinaba exhausto en el asiento después de eyacular, y yo lo limpiaba amorosa, incluso con mis labios. El me frotaba el pubis y también jugueteaba con mi diminuto bulbo.
    
    Esa era yo cuando me enamoraba.
    
    Pero “Javiercito” un día se cansó de mí y simplemente me evitó. Era natural. Todos los hombres que conocí tenían eso en común: primero me provocaban y ...
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