1. El señor Fairbanks y Belisaria


    Fecha: 19/09/2018, Categorías: Dominación / BDSM Autor: gineslinares, Fuente: RelatosEróticos

    El señor Fairbanks y Belisaria
    
    Como cada día subí a casa del señor Fairbanks. Ese día no estaba de humor y supongo que el vecino que me encontré en el ascensor lo notó. Sobre todo cuando al comentar que el día iba a ser tan tórrido como el anterior, yo contesté:
    
    -Pues claro, es lo suyo, estamos en verano y esto es el centro de la ciudad -. Quise añadir “no te jode”, pero yo no decía esas cosas. O al menos antes no las decía.
    
    Dejé al vecino en el octavo. Ni siquiera se despidió. Lógico. Yo sí, era una chica formal.
    
    -Hasta luego, ¿eh? –. Se giró justo en el momento que se cerraban las puertas del ascensor para decirme algo, pero no pudo. Sonreí satisfecha.
    
    El ascensor me llevó hasta el último piso, donde tenía su casa el señor Fairbanks y su madre, doña Clotilde. Ella era un vieja maniática, y él un hombre que rondaba los cincuenta, menos insidioso, condenado a ir en silla de ruedas desde que un disparo de un tal Gutiérrez (un botarate que no debía haber nacido, comentaba a veces) en las prácticas de tiro hace cuatro años le alcanzó la columna. Don Felipe Fairbanks quedó parapléjico. Era teniente en la caballería nacional y su carrera se torció aquel día. O mejor dicho la semana después, ya que albergaba la esperanza hasta entonces de que lo suyo no era más que un pinzamiento o alguna “chuminada de esas”, decía, y lo de la silla de ruedas sólo sería una molestia transitoria. El médico, como muchas veces me contaba, le dijo esa mañana:
    
    -Lo siento mucho, don ...
    ... Felipe, pero no es posible hacer nada. La bala le ha seccionado este nervio –y señaló un parte de la columna cerca de la cadera de un esqueleto de resina que tenía detrás de él en la consulta. –. No se puede hacer nada. Al menos por ahora, ya sabe que estas cosas son impredecibles. Hay casos de curación espontánea y avances increíbles en la cirugía.
    
    Y él respondió:
    
    -¡Me cago en su puta madre! –el médico, según decía con una sonrisa, creyó que se refería al inepto de Gutiérrez que ahora estaba muerto en vida en la academia. – ¿Para qué cojones sirve usted? –le espetó al médico, señalándole.
    
    Y el médico, recuerda, dio un paso atrás atemorizado, tropezando con el esqueleto que se bamboleó en su soporte y al final cayó al suelo desarmándose y desperdigándose todos los huesos por la consulta.
    
    Y es que aún en silla de ruedas don Felipe Fairbanks tenía dos cojones como dos balones.
    
    -Buenos días, señor Fairbanks –dije mientras cerraba la puerta a mis espaldas. Su madre, doña Clotilde, hacía dos días que se había ido de vacaciones con unas amigas en un viaje del IMSERSO a alguna playa de la Costa del Sol.
    
    Apareció detrás de una esquina, moviendo ligeramente las ruedas para acomodarse. Las sillas eléctricas habían sido descartadas el primer día.
    
    -Que me muera entre maricones si me siento algún día en esa mierda con ruedas –y decía que escupió a la revista cuando se la mostraron en un catálogo en la consulta (de otro doctor).-. Me he roto la espalda, no los brazos, ...
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