1. Cumpliendo fantasías en la escuela


    Fecha: 08/09/2018, Categorías: No Consentido Autor: Gabriel B, Fuente: CuentoRelatos

    Era un día lluvioso. Los chaparrones todavía caían cuando ya estábamos adentro del aula, y los relámpagos se estrellaban contra la nada, con rugidos feroces. Sólo cuatro asistimos ese día a clases. Fernando, Juan, Diego y yo. Éramos jóvenes, en verdad no nos gustaba la escuela, pero teníamos un motivo muy concreto para estar ahí esa tarde tormentosa, y ese motivo estaba entrando por la puerta, sobre sus piernas de pantorrillas finas y muslos jugosos. La señorita Miriam saludó con una sonrisa de sincera alegría. A pesar del temporal se las había arreglado para venir impecable, con el guardapolvo blanco, inmaculado, que le llagaba apenas a la mitad de la cadera. Su pelo rubio caía a un costado mientras escribía en su libreta sentada en su escritorio. Luego se paró, dio vuelta para escribir el pizarrón y nos refregó en los ojos ese culo escultural enfundado en un pantalón de jean.
    
    Escribía un problema matemático. Poca importancia le dábamos a eso, solo nos interesaba seguir el movimiento involuntario de sus caderas, el flexionar de sus rodillas, cada vez que se detenía para pensar en qué iba a poner, y en la redondez de sus nalgas, cuando debía agacharse para escribir en la parte más baja del pizarrón.
    
    ¿Cuántas veces había amanecido mojado por haber soñado con ella? Ya había perdido la cuenta. Pero sabía que a todos nos pasaba lo mismo. Éramos cuatro jóvenes con las hormonas alborotadas, con la sexualidad despertando, con la hombría exigiendo menos fantasías y más ...
    ... experiencias.
    
    La escuela estaba casi vacía. De los pasillos no llega sonido alguno, las aulas que lindaban con la nuestra estaban desocupadas. Muy pocos habían salido de casa con semejante temporal. Esa ausencia de gente, nos hacía sentir que estábamos solos en la escuela con la señorita Miriam. Quizá esa sensación se apoderó de tal manera de nosotros, que fue por eso que nos animamos a hacer cosas que en otro momento no haríamos.
    
    Nos paramos los cuatro simultáneamente, como si estuviésemos poseídos por el mismo espíritu. La señorita seguía de espaldas a nosotros, escribiendo mientras meneaba el culo. La rodeamos. Sólo entonces percibió nuestra presencia.
    
    — ¿Qué pasa chicos? — alcanzó a preguntar antes de que Diego le pellizcara el culo. —pero Diego…— logró decir, pero ya estábamos todos encima de ella. Fernando la agarró de atrás y le tapó la boca. Ella pudo lanzar un grito, que sin embargo fue consumido por la tormenta. Usamos nuestros dedos, como lombrices que escarban la tierra, pero nosotros intentábamos penetrar en una piel blanca y suave. Nuestra empatía era tal, que todas nuestras manos parecían extensiones de un único cuerpo, sintiendo cada uno de nosotros lo que tocaba el otro. Sentimos cómo una mano se humedecía por la saliva de ella que intentaba gritar, mientras una pija dura se apretaba contra su culo. Hurgamos en sus piernas, en su concha, en sus nalgas; frotamos sus tetas, desabrochamos su guardapolvo, le bajamos el cierre al pantalón metiéndole mano, ...
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