1. Quiero que vuelvan a cogerme así


    Fecha: 19/08/2018, Categorías: No Consentido Autor: ámbar coneja, Fuente: CuentoRelatos

    ... intentar huir. Me amenazaron haciéndome ver que a donde hubiese ido, ellos me habrían encontrado para matarme.
    
    El profesor arrancó el auto y nos fuimos mientras Ramiro me ponía la capucha nuevamente. Forcejeé porque me sentí corajuda y valiente. Pero no dio resultado. Me ataron las piernas y manipulaban mis muñecas para que les toque los penes y los huevos. Ramiro me escupía las manos para que lo pajee y se metía mis dedos en la boca.
    
    En cambio, Juan Pablo hacía que me tocara la chuchi para luego olerme la mano y obligarme a pellizcarle las tetillas.
    
    Viajamos alrededor de media hora, o tal vez más. No recuerdo la cantidad de vueltas que dimos. Estaba perdida, y no lograba escuchar indicios. Cuando al fin frenamos escuché unos grillitos que me hicieron dar cuenta de que estaba anocheciendo. Entré en pánico, con el corazón latiendo tan de prisa como la sangre en el pene de Ramiro, y temblaba por los chuchos del agua del río, ya que ni me secaron.
    
    Me bajaron a los empujones, y entramos en un lugar lleno de eco. Supuse que sería una construcción de techo muy alto, como un galpón o un taller. Me sentaron en una silla que se tambaleaba, mientras hablaban entre sí, como decidiendo qué hacer con mi destino. Pronto me ataron a la silla sin recaudos ni delicadezas.
    
    Para distender escuché a Ramiro decir que prepararía unos mates mientras pensaban en lo que harían conmigo. Pero tuve que romper el silencio.
    
    ¡¿por qué me hacen esto?!, exclamé.
    
    Ellos solo se rieron de ...
    ... mí. Oí unos zapatos acercarse y luego un susurro. Era el viejo que me ponía la bombacha en la cara diciendo:
    
    ¡vamos a ver a quién le toca tus agujeritos bebota!, y me dio una cachetada que me hizo estallar en lágrimas.
    
    Me quedé dormida en la silla apenas me dejaron en paz. Tenía las piernas cansadas porque me había costado mucho nadar en el río.
    
    Me despertaron a los sacudones, me quitaron las cuerdas y me alzaron entre todos. No puse resistencia porque ya sabía lo que se me venía, y no podía cambiarlo. Habían preparado varios colchones en el suelo, y a pesar de que ya no tenía la capucha, casi no había luz.
    
    Me tiraron como a una bolsa de papas allí con un poco de desprecio y brutalidad. Entonces decidí entregarme a lo que pudiera pasar. Eso fue lo que me salvó.
    
    Los cuatro comenzaron a besarme y a chuparme por todos lados. Sentía que mi conchita se mojaba de a poco, y aunque no quería disfrutarlo, cuando sentí un trozo de carne pegajoso en la boca tuve ganas de comérmelo todo, de que me cojan la concha y el culo. Estimulaban mis agujeritos con dedos y lenguas, y la pija de aquel incógnito entraba y salía de mis labios al compás de los gemidos de otro a mi lado, el que me colaba un dedo en la vagina y decía:
    
    ¡qué garganta profunda tenés pendejita de mamá!
    
    Yo sentía que iba a vomitar porque sus penetradas eran insuficientes para el espacio de mi boca, y no podía controlar mis arcadas.
    
    Otro de los chicos me masajeaba los cachetes del culo. Imaginé que era ...
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